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MADARA CHRONICLES

¡Bienvenido a Madara Chronicles! Foro de Naruto interpretativo donde buscamos que el usuario se encuentre con la mayor de las comodidades y disponga de opciones para crear y desarrollar su personaje dentro de una ambientación, permitiendo que cobre importancia con el paso del tiempo y de su propio desarrollo.

Actualmente estamos en fase Beta, pero trabajamos duramente para dar una experiencia nueva y única para el usuario, con multitud de ideas y proyectos que esperamos que pronto vean la luz.

¿Por qué no te animas a formar parte de este gran proyecto? ¡Te esperamos con los brazos abiertos!
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¿Sabías que...
Madara Chronicles es un foro basado en la obra de Masashi Kishimoto "Naruto" y "Naruto Shippuden", utilizando tan solo su ambientación y personajes para crear una trama propia.

Todo el contenido producido en el foro es propiedad de sus creadores originales, así como el contenido administrativo es propiedad del Staff. La estética del foro proviene del usuario Akira Aoi, agradeciendo a Foroactivo, W3Schools y otras páginas webs por su tutoriales.

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Élite [25/102] Rata de alcantarilla. — Priv. Hidan 40 Rata de alcantarilla. — Priv. Hidan 3lf1VlO Time Of Heroes Rata de alcantarilla. — Priv. Hidan 40x40_zps8zack2u9
Hermanos [2/6]

Rata de alcantarilla. — Priv. Hidan

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Katori
El intenso sol de Sunagakure se encontraba en lo más alto de la pirámide, y aquellas personas que circulaban por el bazar tenían que padecerlo de la manera que fuese. Pero este no era como cualquiera, no era como uno de los muchos bazares que se encuentran distribuidos a lo largo de toda la aldea, este pertenecía a lo más bajo de todos, donde se sitúan hasta las sobras del mercado negro, y las prostitutas, que sin ninguna pizca de pudor se sitúan en la esquina en busca clientes a plena luz del día. El lugar era tan repulsivo, que ni siquiera algunos shinobis de otros cargos se molestaban en acercarse, puesto que es sabido que la mayoría no son bien recibidos. Aqui iban a parar todas aquellas personas que fueron condenados a la marginación social de la aldea, incluso aquellos criminales que violan el código de lealtad, y deciden robarse entre ellos para poder poner un poco de pan sobre la mesa.

Y ahí estaba ella, cubierta con un velo para proteger su cabecilla de los infernales rayos solares del mediodía. En compañía de su más fiel secuaz; Momo, un mono que consiguió en el mercado cuando este apenas era un bebé despojado del pecho de su madre, el mismo fue entrenado por la fémina para arrebatar, de manera sigilosa, cualquier objeto brillante que pudiese encontrar por ahí. Al ser tan pequeño, su habilidad para deslizarse por debajo de las mesas, y luego, colocar dentro de los bolsillos de su falda sin que nadie los viese era impecable. Sin embargo, no crean que le dejaba realizar todo el trabajo, ella también se encargaba de delinquir en enormes cantidades, utilizando ese preciado rostro angelical a su favor; los babosos hombres se quedan tan anonadados con los dos ojos cristalinos que la muchacha posee, que se olvidan por varios minutos de que se está yendo sin pagar un centavo.

Pero entonces... — ¡Eh, tú! —. Un fornido sujeto de más de 85 kilogramos, estatura promedio, y espesa barba, le gritó en medio de toda la multitud para captar su atención. — ¡Devuélveme ese brazalete! —. Era hora de actuar rápido. Así que se ajustó el velo al punto de cubrir, casi en su totalidad, el resto de rostro. Seguido de esto, colocó al primate sobre su hombro, para luego, darse a la fuga en un estrecho pasadizo, esquivando toda rata de alcantarilla, basurero, e hilos que se encargaban de sostener la ropa mojada entre los edificios, pero sobretodas las cosas, procurando evitar toparse con un shinobi.
El intenso sol de Sunagakure se encontraba en lo más alto de la pirámide, y aquellas personas que circulaban por el bazar tenían que padecerlo de la manera que fuese. Pero este no era como cualquiera, no era como uno de los muchos bazares que se encuentran distribuidos a lo largo de toda la aldea, este pertenecía a lo más bajo de todos, donde se sitúan hasta las sobras del mercado negro, y las prostitutas, que sin ninguna pizca de pudor se sitúan en la esquina en busca clientes a plena luz del día. El lugar era tan repulsivo, que ni siquiera algunos shinobis de otros cargos se molestaban en acercarse, puesto que es sabido que la mayoría no son bien recibidos. Aqui iban a parar todas aquellas personas que fueron condenados a la marginación social de la aldea, incluso aquellos criminales que violan el código de lealtad, y deciden robarse entre ellos para poder poner un poco de pan sobre la mesa.

Y ahí estaba ella, cubierta con un velo para proteger su cabecilla de los infernales rayos solares del mediodía. En compañía de su más fiel secuaz; Momo, un mono que consiguió en el mercado cuando este apenas era un bebé despojado del pecho de su madre, el mismo fue entrenado por la fémina para arrebatar, de manera sigilosa, cualquier objeto brillante que pudiese encontrar por ahí. Al ser tan pequeño, su habilidad para deslizarse por debajo de las mesas, y luego, colocar dentro de los bolsillos de su falda sin que nadie los viese era impecable. Sin embargo, no crean que le dejaba realizar todo el trabajo, ella también se encargaba de delinquir en enormes cantidades, utilizando ese preciado rostro angelical a su favor; los babosos hombres se quedan tan anonadados con los dos ojos cristalinos que la muchacha posee, que se olvidan por varios minutos de que se está yendo sin pagar un centavo.

Pero entonces... — ¡Eh, tú! —. Un fornido sujeto de más de 85 kilogramos, estatura promedio, y espesa barba, le gritó en medio de toda la multitud para captar su atención. — ¡Devuélveme ese brazalete! —. Era hora de actuar rápido. Así que se ajustó el velo al punto de cubrir, casi en su totalidad, el resto de rostro. Seguido de esto, colocó al primate sobre su hombro, para luego, darse a la fuga en un estrecho pasadizo, esquivando toda rata de alcantarilla, basurero, e hilos que se encargaban de sostener la ropa mojada entre los edificios, pero sobretodas las cosas, procurando evitar toparse con un shinobi.

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Hidan
Había un sol abrumador como era de esperar, las temperaturas apenas se podían contrarrestar bajo las sombrillas; ni siquiera en casa se podía estar a gusto. El joven no tenía excusa para liberarse de sus implicaciones en el ambiente, tenía que cumplir con el cometido de familiarizarse con las nuevas personas, que hacían presencia por primera vez, en los barrios pobres. De hecho, cualquiera podría ser un sospechoso con la capacidad de transformarse en una amenaza para la estabilidad de la aldea.

Hidan era uno de los Genin voluntarios que cooperaba con los ninjas de rango Chunin para mantener la paz y seguridad entre los habitantes de la aldea, más su trabajo no era oficial, sino simplemente vocacional, él solo se encargaba de vigilar e informar, aunque a veces, dependiendo de la situación, era capaz de tomar las riendas él solo sin importar luego las represalias. Esto formaba parte de su entrenamiento y preparación personal para cuando consiguiese convertirse en Chunin.

Caminaba tranquilamente en un bazar cualquiera de accesorios compuestos de diversos minerales y materias textiles... Los momentos de paz habían durado hasta que un grito retumbó entre las voces de la muchedumbre, alertando a cualquier agente de la ley que estuviera por la zona. Por suerte había un Genin motivado por el desafío y el servicio militar en el que competía, así que no dudó ni un segundo en acudir al lugar de donde habría procedido el grito. La descripción, en este caso, de la sospechosa, le habría sido entregada al instante de que tan solo hiciese la pregunta adecuada.—Cómo es su aspecto—.Le preguntó, sin dejar margen de tiempo a que se distrajera el hombre de expresión preocupada.

Mujer de tez oscura, compañera de un pequeño primate que probablemente sea su único cómplice. Se dio a la fuga acto seguido de delinquir a pocos metros del chico que ahora estaría acechándola en plena persecución.—Objetivo localizado.—Susurró para sí mismo esbozando una media sonrisa poco antes de adentararse, por detrás ella, en un estrecho callejón.—Dentente—Exclamó.
Había un sol abrumador como era de esperar, las temperaturas apenas se podían contrarrestar bajo las sombrillas; ni siquiera en casa se podía estar a gusto. El joven no tenía excusa para liberarse de sus implicaciones en el ambiente, tenía que cumplir con el cometido de familiarizarse con las nuevas personas, que hacían presencia por primera vez, en los barrios pobres. De hecho, cualquiera podría ser un sospechoso con la capacidad de transformarse en una amenaza para la estabilidad de la aldea.

Hidan era uno de los Genin voluntarios que cooperaba con los ninjas de rango Chunin para mantener la paz y seguridad entre los habitantes de la aldea, más su trabajo no era oficial, sino simplemente vocacional, él solo se encargaba de vigilar e informar, aunque a veces, dependiendo de la situación, era capaz de tomar las riendas él solo sin importar luego las represalias. Esto formaba parte de su entrenamiento y preparación personal para cuando consiguiese convertirse en Chunin.

Caminaba tranquilamente en un bazar cualquiera de accesorios compuestos de diversos minerales y materias textiles... Los momentos de paz habían durado hasta que un grito retumbó entre las voces de la muchedumbre, alertando a cualquier agente de la ley que estuviera por la zona. Por suerte había un Genin motivado por el desafío y el servicio militar en el que competía, así que no dudó ni un segundo en acudir al lugar de donde habría procedido el grito. La descripción, en este caso, de la sospechosa, le habría sido entregada al instante de que tan solo hiciese la pregunta adecuada.—Cómo es su aspecto—.Le preguntó, sin dejar margen de tiempo a que se distrajera el hombre de expresión preocupada.

Mujer de tez oscura, compañera de un pequeño primate que probablemente sea su único cómplice. Se dio a la fuga acto seguido de delinquir a pocos metros del chico que ahora estaría acechándola en plena persecución.—Objetivo localizado.—Susurró para sí mismo esbozando una media sonrisa poco antes de adentararse, por detrás ella, en un estrecho callejón.—Dentente—Exclamó.

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Katori
Otro individuo se sumó a la persecución, y en efecto, Katori sonrió por debajo del velo. Al tener los ojos centrados en lo que tenía de frente, no era consciente de si este sujeto se encontraba justo detrás de ella, o en los tejados para asaltarla de manera desprevenida. De repente, una adrenalina comenzó a recorrer todas y cada una de las venas que circulan a lo largo de su cuerpo, sedienta de aquella sensación que produce el miedo. — ¿De verdad crees qué haré eso? —. Contestó a los gritos, segundos antes de zigzaguear entre las dos estrechas paredes que la rodean, con la ayuda de sus piernas, que la impulsaron en dirección hacia una de las pequeñas ventanas de los edificios.

Se coló cual rata escurridiza, para luego, acabar metida en la habitación matrimonial de alguien. En la cama, se encontraba un hombre con sobrepeso echándose una siesta, mientras que en los pasillos, se situaba una mujer con las mismas condiciones sosteniendo una escoba. — ¡¡¡RATA!!! —. Le gritó momentos antes de perseguirla también, pensando que la joven se adentró a sus aposentos para delinquir, o vaya a saber qué más. — Que histéricos están todos hoy ¿Tanto lio por un par de joyas y un trozo de pan? —. Se preguntó mientras buscaba la salida.

En lugar de eso, encontró una escalera en forma de caracol que conectaba todos los departamentos del edificio, así que comenzó a subir a toda velocidad, mientras dejaba a la pobre mujer que cargaba varios kilogramos en sus caderas atrás. Al llegar hasta la terraza, vio varias jaulas distribuidas a lo largo del lugar, muchas de ellas resguardaban palomas mensajeras dentro. Sin embargo, la persecución no había terminado, la pobre mujer había conseguido, a duras penas, llegar hasta el último piso con su arma asesina -Si, la puñetera escoba-, su respiración estaba tan agitada, que parecía estar a punto de tener un paro cardiaco — Que tenga un buen día, señorita —. Se dirigió hasta un costado para alcanzar un palo de tacuara que próximamente utilizaria para hacerse de impulso hasta el edificio vecino.
Otro individuo se sumó a la persecución, y en efecto, Katori sonrió por debajo del velo. Al tener los ojos centrados en lo que tenía de frente, no era consciente de si este sujeto se encontraba justo detrás de ella, o en los tejados para asaltarla de manera desprevenida. De repente, una adrenalina comenzó a recorrer todas y cada una de las venas que circulan a lo largo de su cuerpo, sedienta de aquella sensación que produce el miedo. — ¿De verdad crees qué haré eso? —. Contestó a los gritos, segundos antes de zigzaguear entre las dos estrechas paredes que la rodean, con la ayuda de sus piernas, que la impulsaron en dirección hacia una de las pequeñas ventanas de los edificios.

Se coló cual rata escurridiza, para luego, acabar metida en la habitación matrimonial de alguien. En la cama, se encontraba un hombre con sobrepeso echándose una siesta, mientras que en los pasillos, se situaba una mujer con las mismas condiciones sosteniendo una escoba. — ¡¡¡RATA!!! —. Le gritó momentos antes de perseguirla también, pensando que la joven se adentró a sus aposentos para delinquir, o vaya a saber qué más. — Que histéricos están todos hoy ¿Tanto lio por un par de joyas y un trozo de pan? —. Se preguntó mientras buscaba la salida.

En lugar de eso, encontró una escalera en forma de caracol que conectaba todos los departamentos del edificio, así que comenzó a subir a toda velocidad, mientras dejaba a la pobre mujer que cargaba varios kilogramos en sus caderas atrás. Al llegar hasta la terraza, vio varias jaulas distribuidas a lo largo del lugar, muchas de ellas resguardaban palomas mensajeras dentro. Sin embargo, la persecución no había terminado, la pobre mujer había conseguido, a duras penas, llegar hasta el último piso con su arma asesina -Si, la puñetera escoba-, su respiración estaba tan agitada, que parecía estar a punto de tener un paro cardiaco — Que tenga un buen día, señorita —. Se dirigió hasta un costado para alcanzar un palo de tacuara que próximamente utilizaria para hacerse de impulso hasta el edificio vecino.

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Hidan
Por más que se le perseguía, la jovenzuela, no había acatado la orden del Genin, algo que para Hidan había significado un reto; una rivalidad entre él y ella, solo que, en este caso, el fin por el que ambos corrían a toda prisa era más bien contrario. De hecho la contestación que recibió de la contraria se había manifestado con una pregunta retórica que, sin duda, reflejaba una ironía. Sin embargo, Hidan no estaba dispuesto a consentir que una ladrona de poca monta como ella le vacilase de aquella forma, así que decidió ir con todo contra ella.—Quien ríe el último, ríe mejor—Pensó poco después de acelerar el ritmo de su velocidad.

Acto seguido, la chica zigzagueó entre las paredes del estrecho callejón con sus patas y se adentró en una de las ventanas que correspondía a uno de los dos edificios. Se había librado por un pelo. No obstante, la chica acaba de sumar otro delito más en su historial de hoy, y este último consistía en el allanamiento de morada. A saber cuántos delitos en total llevaría en su cuenta sin el conocimiento del Genin que la perseguía. En cierto modo tenía una gran habilidad para perderse de vista, por lo que facilitaría el hecho de deducir que podría haberse salido con la suya en más de una ocasión, pero en la que hoy concernía a Hidan, no tenía porque ser así.

Estaba ante un ninja, y cualquiera que, durante las clases de la academia como estudiante, escuchara a sus profesores de rango Chunin, sabría que desde que existían las guerras era más ventajoso atacar desde una posición alta, dado que, por la ley de la gravedad, los ataques no perderían su velocidad, por tanto tampoco pasaba con sus fuerzas de impacto. Las posiciones altas no solo servían para atacar, sino también para vigilar, y tener una mayor visualización del terreno para prevenir el acercamiento de un enemigo. Este conocimiento militar básico lo usaría para esta situación con el fin de localizar a la ladrona sin caer en sus juegos.

Con el chakra emanando bajo la suela de sus pies, prosiguió la carrera en la pared del edificio en el que se había adentrado la mujer de tez morena. Se acercó a la parte del edificio de la esquina más próxima donde finalizaba el callejón para tener visión de la siguiente calle, tratando de mantener oculta su posición de forma vertical y apoyando sus dedos sobre el borde del tejado. Tras la búsqueda con sus ojos que acechaban las cercanías de las puertas de los edificios, sus oídos le alertaron de otra persecución que sucedía en el tejado en el que estaba colgado, concretamente en las escaleras que daban lugar tras la puerta de la terraza. Era la voz de la misma mujer, así que esperó para actuar sin que esta se percatase de su presencia.

Justo cuando notó que los pasos eran cercanos, rápidamente supuso que la chica trataría de cruzar el callejón saltando al otro edificio. Hidan lo evitaría a tiempo impulsándose hacia arriba para agarrarla del tobillo justo después de que saltase, así la haría caer con él al vacío hasta impactar con el gran cúmulo de basura que se hallaba dentro de uno de los contenedores que yacían en aquel mismo callejón.—Te tengo, rata escurridiza.—Diría entre pequeños quejidos de dolor y con una sonrisa con el ceño fruncido mientras que trataba de acomodar su postura en ese montón de basura maloliente, e inmovilizado a su presa desde sus espaldas con un abrazo de contención.
Por más que se le perseguía, la jovenzuela, no había acatado la orden del Genin, algo que para Hidan había significado un reto; una rivalidad entre él y ella, solo que, en este caso, el fin por el que ambos corrían a toda prisa era más bien contrario. De hecho la contestación que recibió de la contraria se había manifestado con una pregunta retórica que, sin duda, reflejaba una ironía. Sin embargo, Hidan no estaba dispuesto a consentir que una ladrona de poca monta como ella le vacilase de aquella forma, así que decidió ir con todo contra ella.—Quien ríe el último, ríe mejor—Pensó poco después de acelerar el ritmo de su velocidad.

Acto seguido, la chica zigzagueó entre las paredes del estrecho callejón con sus patas y se adentró en una de las ventanas que correspondía a uno de los dos edificios. Se había librado por un pelo. No obstante, la chica acaba de sumar otro delito más en su historial de hoy, y este último consistía en el allanamiento de morada. A saber cuántos delitos en total llevaría en su cuenta sin el conocimiento del Genin que la perseguía. En cierto modo tenía una gran habilidad para perderse de vista, por lo que facilitaría el hecho de deducir que podría haberse salido con la suya en más de una ocasión, pero en la que hoy concernía a Hidan, no tenía porque ser así.

Estaba ante un ninja, y cualquiera que, durante las clases de la academia como estudiante, escuchara a sus profesores de rango Chunin, sabría que desde que existían las guerras era más ventajoso atacar desde una posición alta, dado que, por la ley de la gravedad, los ataques no perderían su velocidad, por tanto tampoco pasaba con sus fuerzas de impacto. Las posiciones altas no solo servían para atacar, sino también para vigilar, y tener una mayor visualización del terreno para prevenir el acercamiento de un enemigo. Este conocimiento militar básico lo usaría para esta situación con el fin de localizar a la ladrona sin caer en sus juegos.

Con el chakra emanando bajo la suela de sus pies, prosiguió la carrera en la pared del edificio en el que se había adentrado la mujer de tez morena. Se acercó a la parte del edificio de la esquina más próxima donde finalizaba el callejón para tener visión de la siguiente calle, tratando de mantener oculta su posición de forma vertical y apoyando sus dedos sobre el borde del tejado. Tras la búsqueda con sus ojos que acechaban las cercanías de las puertas de los edificios, sus oídos le alertaron de otra persecución que sucedía en el tejado en el que estaba colgado, concretamente en las escaleras que daban lugar tras la puerta de la terraza. Era la voz de la misma mujer, así que esperó para actuar sin que esta se percatase de su presencia.

Justo cuando notó que los pasos eran cercanos, rápidamente supuso que la chica trataría de cruzar el callejón saltando al otro edificio. Hidan lo evitaría a tiempo impulsándose hacia arriba para agarrarla del tobillo justo después de que saltase, así la haría caer con él al vacío hasta impactar con el gran cúmulo de basura que se hallaba dentro de uno de los contenedores que yacían en aquel mismo callejón.—Te tengo, rata escurridiza.—Diría entre pequeños quejidos de dolor y con una sonrisa con el ceño fruncido mientras que trataba de acomodar su postura en ese montón de basura maloliente, e inmovilizado a su presa desde sus espaldas con un abrazo de contención.

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Katori
Maldita sea. Aquella sensación de estar al límite. La adrenalina recorriendo por sus venas. Eso, eso era lo que le gustaba. Esa era su más grande adicción, no podía evitarlo, había caído en aquel circulo vicioso desde su primer robo. Sabía que si utilizaba aquella tacuara para impulsarse hacia el otro edificio, la misma se podría romper por no soportar su pequeño peso, y al caer; se fracturaria una pierna, como mínimo. Pero ¿Qué más da? Si la excitación previa es mucho más hechizante que la consecuencia.

La enorme mujer, que no le causaba ni una pizca de gracia que una muchacha tan joven la esté vacilando de semejante manera, comenzó a gritarle todo tipo de cosas, menos que era bonita, mientras observaba como lentamente esta se iba acercando con entusiasmo al límite de la terraza, con la intención de contar a cuantos metros de altura se encontraba del suelo. — Tres pisos, como mucho —. murmuró para si misma. Seguido de esto, retrocedió apuntando aquel objeto en dirección hacia el frente, para que este cayese antes que ella. Pero al momento de tocar tierra firme con el mismo, y despegar sus pies descalzos de la infraestructura, sintió como un tercero intervenía en su trayecto.

De repente, toda su atención se centró en aquel muchacho de cabellos largos que la jalaba por el tobillo cuando se vio a sí misma cayendo como muñeca de trapo desde aquel edificio. — ¡Si serás una molestia! —. Y boom, un enorme estruendo sentenció el impacto de ambos individuos, para su suerte, el mismo fue amortiguado gracias a las repugnantes bolsas de basura que servían de colchón para un nido de alimañas, las cuales salieron disparadas en cualquier dirección al momento de su llegada. Seguido de esto, notó como era inmovilizada por los brazos del shinobi, mientras que efecto, no pudo contener la inmensa carcajada risueña que llevaba guardando desde que comenzó este circo. — ¡Venga, suéltame! —. Se retorció como un gusano, hasta que de repente, su actitud dio un giro inesperado; ahora lucia como una gárgola, impaciente ante el contexto. — Que me sueltes —. De su bolsillo, retiró una afilada kunai que fue a parar en la pierna derecha de su oponente con la intención de librarse de él.
Maldita sea. Aquella sensación de estar al límite. La adrenalina recorriendo por sus venas. Eso, eso era lo que le gustaba. Esa era su más grande adicción, no podía evitarlo, había caído en aquel circulo vicioso desde su primer robo. Sabía que si utilizaba aquella tacuara para impulsarse hacia el otro edificio, la misma se podría romper por no soportar su pequeño peso, y al caer; se fracturaria una pierna, como mínimo. Pero ¿Qué más da? Si la excitación previa es mucho más hechizante que la consecuencia.

La enorme mujer, que no le causaba ni una pizca de gracia que una muchacha tan joven la esté vacilando de semejante manera, comenzó a gritarle todo tipo de cosas, menos que era bonita, mientras observaba como lentamente esta se iba acercando con entusiasmo al límite de la terraza, con la intención de contar a cuantos metros de altura se encontraba del suelo. — Tres pisos, como mucho —. murmuró para si misma. Seguido de esto, retrocedió apuntando aquel objeto en dirección hacia el frente, para que este cayese antes que ella. Pero al momento de tocar tierra firme con el mismo, y despegar sus pies descalzos de la infraestructura, sintió como un tercero intervenía en su trayecto.

De repente, toda su atención se centró en aquel muchacho de cabellos largos que la jalaba por el tobillo cuando se vio a sí misma cayendo como muñeca de trapo desde aquel edificio. — ¡Si serás una molestia! —. Y boom, un enorme estruendo sentenció el impacto de ambos individuos, para su suerte, el mismo fue amortiguado gracias a las repugnantes bolsas de basura que servían de colchón para un nido de alimañas, las cuales salieron disparadas en cualquier dirección al momento de su llegada. Seguido de esto, notó como era inmovilizada por los brazos del shinobi, mientras que efecto, no pudo contener la inmensa carcajada risueña que llevaba guardando desde que comenzó este circo. — ¡Venga, suéltame! —. Se retorció como un gusano, hasta que de repente, su actitud dio un giro inesperado; ahora lucia como una gárgola, impaciente ante el contexto. — Que me sueltes —. De su bolsillo, retiró una afilada kunai que fue a parar en la pierna derecha de su oponente con la intención de librarse de él.

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Hidan
Desde una distancia considerable entre el suelo y la terraza, ambos cuerpos descendían al compás de una maniobra instintiva que utilizó Hidan para trepar el cuerpo de la señorita, hasta encontrar la posición adecuada de agarre tras su espalda, inmovilizado la mitad de sus brazos con los suyos propios, y sus piernas con las suyas propias. Tras el impacto que recibieron, el veloz descenso había provocado que un montón de deshechos materiales se desplegasen a gran velocidad por los alrededores, haciendo que varios rebotaran en las paredes del estrecho callejón y otros desembocando en la calle principal sin herir a nadie por gracia de Dios.

Por suerte, la mayoría de esos materiales orgánicos no poseían la dureza necesaria para inflingir heridas, dado que la mayoría eran envoltorios de comida y otros objetos de carácter doméstico, entre los cuales destacaban las cajas de cartón, que habían sido un buen contraste para disimular el olor e impedir que los cuerpos de los sujetos no se cubriesen de semejante porquería líquida u olfativa. Hidan sabía que la siguiente acción sería escoltarla hasta la víctima del robo para que devolviese los objetos robados, a pesar de que el primate que antes la acompañaba ya no estuviese con ella.

Los quejidos de la malhechora denotaban cierta satisfacción, algo que sorprendería a cualquier persona. Sí, era raro para Hidan ver que una mujer se divirtiese con algo tan peligroso como sus actividades delictivas, podía indicarse que era el tipo de criminales que no estarían dispuestos a redimirse o arrepentirse de sus malos actos en la sociedad. Por lo que empezó a quejarse de verdad, tratando de resistirse al agarre y haciendo todo lo posible para volver a escapar.—No te resistas, joder.—Exclamó enfurecido, liberándola de uno de sus brazos para desenvainar un kunai de su bolsillo, y defenderse del ataque improvisto por parte de la mujer que, ahora, mostraba un indicio de ser una kunoichi al estar en posesión de un arma blanca reconocida entre los ninjas.

Al ser especialista en todo lo referente a armas, Hidan detectó la maniobra ofensiva de la fémina a tiempo para desenvainar y blandir el filo puntiagudo de su propia arma con la de ella. No sólo desviaría su ataque, sino que también la desarmaría en el acto al fijar el choque de armas en la zona intermedia entre el mango del arma y el filo. Hecho aquello, soltó su propia arma y, rodó con fuerza mientras la agarraba hacia un lateral, aún estando dentro del contenedor, de manera que la posicionara bocabajo, para cruzarle los brazos por detrás de su espalda inferior, y atar sus manos, con unos hilos de alambre, ligándolas completamente.

El motivo por el que no podría haberse escapado de aquella rápida maniobra es, que mientras ella trató de atacar, Hidan aprovechó para defenderse, sin olvidar retomar el agarre de su otro brazo (instante en el que dejó caer su propia arma) para seguir limitando, cuanto sea posible, sus movimientos.—No me lo pongas más difícil.—Dijo entre dos largos suspiros.

Si todo había salido bien, el joven incorporaría a la fémina consigo mismo, ayudándola en el proceso para salir de aquel contenedor y caminar en la dirección opuesta de la que habían venido. En la caminata, Hidan estaría acompañando a la dama por su lado izquierdo, agarrándola levemente de su hombro más próximo con la mano izquierda, y con la otra sosteniendo sus manos atadas para procurar que no hiciese ningún movimiento que le permitiese safarse durante el camino.—Cómo te llamas.—Interrogaría.
Desde una distancia considerable entre el suelo y la terraza, ambos cuerpos descendían al compás de una maniobra instintiva que utilizó Hidan para trepar el cuerpo de la señorita, hasta encontrar la posición adecuada de agarre tras su espalda, inmovilizado la mitad de sus brazos con los suyos propios, y sus piernas con las suyas propias. Tras el impacto que recibieron, el veloz descenso había provocado que un montón de deshechos materiales se desplegasen a gran velocidad por los alrededores, haciendo que varios rebotaran en las paredes del estrecho callejón y otros desembocando en la calle principal sin herir a nadie por gracia de Dios.

Por suerte, la mayoría de esos materiales orgánicos no poseían la dureza necesaria para inflingir heridas, dado que la mayoría eran envoltorios de comida y otros objetos de carácter doméstico, entre los cuales destacaban las cajas de cartón, que habían sido un buen contraste para disimular el olor e impedir que los cuerpos de los sujetos no se cubriesen de semejante porquería líquida u olfativa. Hidan sabía que la siguiente acción sería escoltarla hasta la víctima del robo para que devolviese los objetos robados, a pesar de que el primate que antes la acompañaba ya no estuviese con ella.

Los quejidos de la malhechora denotaban cierta satisfacción, algo que sorprendería a cualquier persona. Sí, era raro para Hidan ver que una mujer se divirtiese con algo tan peligroso como sus actividades delictivas, podía indicarse que era el tipo de criminales que no estarían dispuestos a redimirse o arrepentirse de sus malos actos en la sociedad. Por lo que empezó a quejarse de verdad, tratando de resistirse al agarre y haciendo todo lo posible para volver a escapar.—No te resistas, joder.—Exclamó enfurecido, liberándola de uno de sus brazos para desenvainar un kunai de su bolsillo, y defenderse del ataque improvisto por parte de la mujer que, ahora, mostraba un indicio de ser una kunoichi al estar en posesión de un arma blanca reconocida entre los ninjas.

Al ser especialista en todo lo referente a armas, Hidan detectó la maniobra ofensiva de la fémina a tiempo para desenvainar y blandir el filo puntiagudo de su propia arma con la de ella. No sólo desviaría su ataque, sino que también la desarmaría en el acto al fijar el choque de armas en la zona intermedia entre el mango del arma y el filo. Hecho aquello, soltó su propia arma y, rodó con fuerza mientras la agarraba hacia un lateral, aún estando dentro del contenedor, de manera que la posicionara bocabajo, para cruzarle los brazos por detrás de su espalda inferior, y atar sus manos, con unos hilos de alambre, ligándolas completamente.

El motivo por el que no podría haberse escapado de aquella rápida maniobra es, que mientras ella trató de atacar, Hidan aprovechó para defenderse, sin olvidar retomar el agarre de su otro brazo (instante en el que dejó caer su propia arma) para seguir limitando, cuanto sea posible, sus movimientos.—No me lo pongas más difícil.—Dijo entre dos largos suspiros.

Si todo había salido bien, el joven incorporaría a la fémina consigo mismo, ayudándola en el proceso para salir de aquel contenedor y caminar en la dirección opuesta de la que habían venido. En la caminata, Hidan estaría acompañando a la dama por su lado izquierdo, agarrándola levemente de su hombro más próximo con la mano izquierda, y con la otra sosteniendo sus manos atadas para procurar que no hiciese ningún movimiento que le permitiese safarse durante el camino.—Cómo te llamas.—Interrogaría.

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Katori
A esta altura, muchos se estarán preguntando ¿En dónde demonios se metió el mono? Bueno, la respuesta es simple. Momo es un primate sumamente inteligente, incluso podría apostar que más astuto que la propia kunoichi, por lo que apenas vio la oportunidad de despegarse de ella, lo hizo, tal momento se dio cuando entraron dentro del apartamento, con la intención de agasajarse de más pertenencias ajenas, como así también despistar a otros enemigos.

Por otra parte, su intento de ofensiva se vio interrumpido por el oponente, de una manera tan rápida que ni siquiera alcanzó a responder con otra alternativa, puesto que en menos de un parpadeo, se vio desarmada y con la nariz rozando las bolsas de basura, fue en aquel preciso momento, que el velo se le cayó de la cabeza debido a los innumerables forcejeos por parte de ambos, dejando a la luz del sol su frondoso cabello color café, un tanto despeinado debido a la escena. — Lo siento, es que nunca fui una chica fácil de seducir —. ¿Lo estaba vacilando? Si, lo estaba vacilando.

Seguido de esto, prosiguió a salir del contenedor con la motriz algo limitada debido a los amarres, mientras mantenía aquella pequeña sonrisa ladina y traviesa que tanto la caracterizan. Durante el trayecto, comenzó a observar detalladamente en cada dirección en busca de dar con el paradero de su mascota,  aún mantenía viva la esperanza de que la misma se dignara a salvarle el culo en cualquier momento. — Chiasa —. Respondió sin temblarle la lengua. Katori sabía mentir, pero como una profesional, sobretodo cuando se trata de inventar nuevas identidades bajo la presión de un arma blanca con tal de salir con el pellejo intacto. — Significa un millón de amaneceres... Muy bonito ¿No? —. Algo de ironía se vio en sus últimas palabras, solo que esta vez, con algo de furia en cada sílaba. No le gustaba encontrarse atada ¿Para que mentir? Ella es como un ave, a este tipo de criaturas no les agrada la idea de estar enjaulados, mucho menos alguien con una personalidad tan indomable como la fémina.

Entonces, una carretilla pasó cerca de los shinobis, momento en el cual se detuvo para observar al muchacho directamente a los ojos. — No es nada personal —. Y seguido de esto, sentenció con un choque de frentes seco pero culminante. Si todo salía bien, la fémina correría en dirección al medio de transporte anteriormente mencionado con la intención de sumergirse dentro de todo el trigo que había en la parte trasera, y así, perder a su secuestrador de vista.
A esta altura, muchos se estarán preguntando ¿En dónde demonios se metió el mono? Bueno, la respuesta es simple. Momo es un primate sumamente inteligente, incluso podría apostar que más astuto que la propia kunoichi, por lo que apenas vio la oportunidad de despegarse de ella, lo hizo, tal momento se dio cuando entraron dentro del apartamento, con la intención de agasajarse de más pertenencias ajenas, como así también despistar a otros enemigos.

Por otra parte, su intento de ofensiva se vio interrumpido por el oponente, de una manera tan rápida que ni siquiera alcanzó a responder con otra alternativa, puesto que en menos de un parpadeo, se vio desarmada y con la nariz rozando las bolsas de basura, fue en aquel preciso momento, que el velo se le cayó de la cabeza debido a los innumerables forcejeos por parte de ambos, dejando a la luz del sol su frondoso cabello color café, un tanto despeinado debido a la escena. — Lo siento, es que nunca fui una chica fácil de seducir —. ¿Lo estaba vacilando? Si, lo estaba vacilando.

Seguido de esto, prosiguió a salir del contenedor con la motriz algo limitada debido a los amarres, mientras mantenía aquella pequeña sonrisa ladina y traviesa que tanto la caracterizan. Durante el trayecto, comenzó a observar detalladamente en cada dirección en busca de dar con el paradero de su mascota,  aún mantenía viva la esperanza de que la misma se dignara a salvarle el culo en cualquier momento. — Chiasa —. Respondió sin temblarle la lengua. Katori sabía mentir, pero como una profesional, sobretodo cuando se trata de inventar nuevas identidades bajo la presión de un arma blanca con tal de salir con el pellejo intacto. — Significa un millón de amaneceres... Muy bonito ¿No? —. Algo de ironía se vio en sus últimas palabras, solo que esta vez, con algo de furia en cada sílaba. No le gustaba encontrarse atada ¿Para que mentir? Ella es como un ave, a este tipo de criaturas no les agrada la idea de estar enjaulados, mucho menos alguien con una personalidad tan indomable como la fémina.

Entonces, una carretilla pasó cerca de los shinobis, momento en el cual se detuvo para observar al muchacho directamente a los ojos. — No es nada personal —. Y seguido de esto, sentenció con un choque de frentes seco pero culminante. Si todo salía bien, la fémina correría en dirección al medio de transporte anteriormente mencionado con la intención de sumergirse dentro de todo el trigo que había en la parte trasera, y así, perder a su secuestrador de vista.

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Hidan
Ahora lo que le preocupaba era la ausencia de aquel primate que, desde que se había adentrado en el edificio, no había vuelto dar señales de vida, ni siquiera para salvar a su compañera. En esta situación lo que cabía esperar era un ataque sorpresa por parte del animal, sin embargo no sabía por dónde podría aparecer; aquellos dichosos animales eran más ágiles, por naturaleza, que un ser humano, pero no más inteligentes. Por el mismísimo motivo que le preocupaba la ausencia del animal, Hidan se mantendría alerta poniendo atención en todo lo que pudiese pasar en su alrededor, de reojo, cada vez que giraba o levantaba su cabeza.

El joven de tez morena empezó a escoltar a la fémina como si de una prisionera se tratase. Aún así, ella seguia hablando, ¿a caso no tenía suficiente para que callase un poco tras la resistencia que opuso?... Cualquier ser humano habría necesitado un rato para tomarse un respiro tras esforzarse de aquella manera, pero ella parecía necesitar más hablar que tomarse un ligero descanso. Para rematar el climax de la situación, la fémina dijo algo que provocó que Hidan esbozase media sonrisa; con la intención de reflejar una actitud no menos sarcástica ante el comentario de la contraria, más no le había dado importancia.

Mientras ambos caminaban, Hidan se percató de que la posible kunoichi buscaba con la mirada algo de su entorno que, para Hidan, podía ser que estuviese analizando el terreno para encontrar una forma de escapar. Mientras que ella miraba a todas las direcciones, Hidan procuró observar lo que ella observaba, abarcando sus ojos en la dirección en la que su rostro guíaba desde su perspectiva frontal de la cabeza a la vez que formulaba la pregunta con respecto a su nombre.—Pues como sigas por ese camino, no vas a ver ni uno.—Respondió a la ironía con una breve carcajada, refiriéndose a la relación del significado de su nombre con el tiempo que podía pasar encerrada en una prisión si siguese delinquiendo.

Habiéndose alejado ya de aquel callejón donde se puso fin a la persecución momentos atrás, una caretilla pasó enfrente de los dos ninjas cortándoles el paso por un breve momento mientras esta transcurría con cierta lentitud. El hecho de pararse para esperar que la calle estuviera despejada para transitar en pie, la fémina intentó girarse, tal vez para tomar contacto visual con Hidan. Sin importar cual fuese su intención, Hidan se negó ante el estímulo de la fémina reforzando la posición de su mano izquierda sobre su hombro y con la otra sobre las manos que aún seguirían atadas.—Mirada al frente, guapa, no tengo tiempo para juegos.—Dijo con un tono tranquilo.

Al pasar aquella carretilla, el camino sería otra vez viable hasta aquel señor de la tienda, y víctima del robo, que yacía en el otro extremo de la calle.—Compórtate como una señorita, por favor, y devuélvele lo que le has robado si quieres que te libere.—Susurraría cerca de su oído mientras aplicase cierta fuerza sobre su hombro, con la frente pegada a su sien al mismo tiempo que poco a poco se acercaban al vendedor.
Ahora lo que le preocupaba era la ausencia de aquel primate que, desde que se había adentrado en el edificio, no había vuelto dar señales de vida, ni siquiera para salvar a su compañera. En esta situación lo que cabía esperar era un ataque sorpresa por parte del animal, sin embargo no sabía por dónde podría aparecer; aquellos dichosos animales eran más ágiles, por naturaleza, que un ser humano, pero no más inteligentes. Por el mismísimo motivo que le preocupaba la ausencia del animal, Hidan se mantendría alerta poniendo atención en todo lo que pudiese pasar en su alrededor, de reojo, cada vez que giraba o levantaba su cabeza.

El joven de tez morena empezó a escoltar a la fémina como si de una prisionera se tratase. Aún así, ella seguia hablando, ¿a caso no tenía suficiente para que callase un poco tras la resistencia que opuso?... Cualquier ser humano habría necesitado un rato para tomarse un respiro tras esforzarse de aquella manera, pero ella parecía necesitar más hablar que tomarse un ligero descanso. Para rematar el climax de la situación, la fémina dijo algo que provocó que Hidan esbozase media sonrisa; con la intención de reflejar una actitud no menos sarcástica ante el comentario de la contraria, más no le había dado importancia.

Mientras ambos caminaban, Hidan se percató de que la posible kunoichi buscaba con la mirada algo de su entorno que, para Hidan, podía ser que estuviese analizando el terreno para encontrar una forma de escapar. Mientras que ella miraba a todas las direcciones, Hidan procuró observar lo que ella observaba, abarcando sus ojos en la dirección en la que su rostro guíaba desde su perspectiva frontal de la cabeza a la vez que formulaba la pregunta con respecto a su nombre.—Pues como sigas por ese camino, no vas a ver ni uno.—Respondió a la ironía con una breve carcajada, refiriéndose a la relación del significado de su nombre con el tiempo que podía pasar encerrada en una prisión si siguese delinquiendo.

Habiéndose alejado ya de aquel callejón donde se puso fin a la persecución momentos atrás, una caretilla pasó enfrente de los dos ninjas cortándoles el paso por un breve momento mientras esta transcurría con cierta lentitud. El hecho de pararse para esperar que la calle estuviera despejada para transitar en pie, la fémina intentó girarse, tal vez para tomar contacto visual con Hidan. Sin importar cual fuese su intención, Hidan se negó ante el estímulo de la fémina reforzando la posición de su mano izquierda sobre su hombro y con la otra sobre las manos que aún seguirían atadas.—Mirada al frente, guapa, no tengo tiempo para juegos.—Dijo con un tono tranquilo.

Al pasar aquella carretilla, el camino sería otra vez viable hasta aquel señor de la tienda, y víctima del robo, que yacía en el otro extremo de la calle.—Compórtate como una señorita, por favor, y devuélvele lo que le has robado si quieres que te libere.—Susurraría cerca de su oído mientras aplicase cierta fuerza sobre su hombro, con la frente pegada a su sien al mismo tiempo que poco a poco se acercaban al vendedor.

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Katori
Su intento de huida se vio nuevamente fallido, ya sea porque el joven era demasiado astuto para caer fácilmente en sus encantos femeninos, o porque simplemente no tenía ese interés en ella. De igual manera, ni siquiera aquellos dos hermosos faroles que tenía por ojo le dieron una mano a la hora de tratar de que le preste algo de atención — Que rudo —. Se limitó a decir entre pequeñas risas traviesas, dejándose guiar por la presión que ejercen aquellas manos. Fue entonces, que decidió dirigir un sutil acercamiento al cuerpo del contrincante en espera de que sus escurridizas manos consiguieran encontrar algún objeto afilado que la ayudara a librarse de sus cadenas. Pero no encontró más que su asqueroso aliento rozándole la oreja.

— Claro, y luego nos volvemos a casa, te lavo los pies, y te preparo algo de cenar ¿Te parece bien? —. Contestó con el mismo nivel de sarcasmo mientras atravesaban aquella calle. Katori detesta, con toda su alma, todos los roles que le intenta imponer su madre desde que tiene memoria, entre ellos, se encuentran uno de los muchos mencionados en aquella oración. Le resulta imposible imaginarse a sí misma sirviendo a un hombre de esa forma, antes preferiría que le corten las manos. — ¡Tú! Rata repugnante, solo espera que te ponga los dedos encima —. El mismo hombre del principio, furioso por lo que la fémina había hecho.

— También me alegro de verte —. Una sonrisa ladina se dibujó en su rostro, casi provocativa. — Devuélveme lo que es mio —. Agregó una vez la tuvo de frente. — ¿Cuál de todas las cosas? —. Creo que solo había cogido un solo objeto de su tienda, pero aún así, estaba hasta las narices de toda la escena, y solo ansiaba poder echar más leña al fuego. De repente, el rostro de aquel hombre se torno rojo debido a la ira, quería abofetearla ahí mismo, pero en lugar de eso, comenzó a jalarla del cabello de una manera humillante. — Las ratas como tú, acaban vendiéndose en una esquina —. Acercó tanto su rostro, que parecía querer arrancarle las mejillas con los putrefactos dientes que tenía. — Tengo un viejo amigo que podría meterte en el negocio, con ese bello rostro que tienes seguro le traes muchos clientes —. Comenzó a reírse a carcajadas, regocijándose de su victoria. A lo que la muchacha dirigió una mirada asesina a su secuestrador. — Yo hasta podría ser el primero —. Afirmó segundos después, queriendo deslizar sus manos por la cintura de la muchacha. — ¿Ya ves por qué les robo a cerdos como estos? —. Seguido de esto, le enseñó sus manos inmovilizadas tras su espalda, dando a entender que no podía devolver los objetos en aquel estado.
Su intento de huida se vio nuevamente fallido, ya sea porque el joven era demasiado astuto para caer fácilmente en sus encantos femeninos, o porque simplemente no tenía ese interés en ella. De igual manera, ni siquiera aquellos dos hermosos faroles que tenía por ojo le dieron una mano a la hora de tratar de que le preste algo de atención — Que rudo —. Se limitó a decir entre pequeñas risas traviesas, dejándose guiar por la presión que ejercen aquellas manos. Fue entonces, que decidió dirigir un sutil acercamiento al cuerpo del contrincante en espera de que sus escurridizas manos consiguieran encontrar algún objeto afilado que la ayudara a librarse de sus cadenas. Pero no encontró más que su asqueroso aliento rozándole la oreja.

— Claro, y luego nos volvemos a casa, te lavo los pies, y te preparo algo de cenar ¿Te parece bien? —. Contestó con el mismo nivel de sarcasmo mientras atravesaban aquella calle. Katori detesta, con toda su alma, todos los roles que le intenta imponer su madre desde que tiene memoria, entre ellos, se encuentran uno de los muchos mencionados en aquella oración. Le resulta imposible imaginarse a sí misma sirviendo a un hombre de esa forma, antes preferiría que le corten las manos. — ¡Tú! Rata repugnante, solo espera que te ponga los dedos encima —. El mismo hombre del principio, furioso por lo que la fémina había hecho.

— También me alegro de verte —. Una sonrisa ladina se dibujó en su rostro, casi provocativa. — Devuélveme lo que es mio —. Agregó una vez la tuvo de frente. — ¿Cuál de todas las cosas? —. Creo que solo había cogido un solo objeto de su tienda, pero aún así, estaba hasta las narices de toda la escena, y solo ansiaba poder echar más leña al fuego. De repente, el rostro de aquel hombre se torno rojo debido a la ira, quería abofetearla ahí mismo, pero en lugar de eso, comenzó a jalarla del cabello de una manera humillante. — Las ratas como tú, acaban vendiéndose en una esquina —. Acercó tanto su rostro, que parecía querer arrancarle las mejillas con los putrefactos dientes que tenía. — Tengo un viejo amigo que podría meterte en el negocio, con ese bello rostro que tienes seguro le traes muchos clientes —. Comenzó a reírse a carcajadas, regocijándose de su victoria. A lo que la muchacha dirigió una mirada asesina a su secuestrador. — Yo hasta podría ser el primero —. Afirmó segundos después, queriendo deslizar sus manos por la cintura de la muchacha. — ¿Ya ves por qué les robo a cerdos como estos? —. Seguido de esto, le enseñó sus manos inmovilizadas tras su espalda, dando a entender que no podía devolver los objetos en aquel estado.

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Hidan
La muchacha había dejado de ser un estorbo a parecer un pobre animal atrapado. Se podía sentir lástima por ella, incluso por su situación, pero no podía permitir que aquello le sirviese como justificante de sus actos. Hidan la había estado encaminando hasta el vendedor, donde esperaba que ella misma se disculpase, y que el señor del bazar la perdonase devolviéndole el objeto pertinente. Por lo visto la bronca había empezado metros antes de llegar, con un tono molesto pero comprensible; pues le habían robado en sus narices, y para cualquiera eso no era agradable.

Gracias pero me puedo valer por mí mismo.—Respondió en seco a la ironía de la fémina, que al parecer creía que Hidan también era el tipo de hombres que no sabían acerca del concepto real de mujer. Hidan podía sentir atracción por una mujer más allá del sentido sexual y la mayoría de veces no es manfestada ni siquiera un poco. Él era consciente de las desigualdades de género en muchos casos, pero no era un asunto que le incumbía, razón por la cual su postura siempre estuvo distante, ya que a él no le afectaba, sino a las mujeres que tenían como misión alzarse y reclamar su verdadero papel en la sociedad; que es la libertad de ser y la igualdad de conseguir.

La situación que se había desarrollado frente al vendedor lo había mosqueado hasta el punto de querer degollarlo, sin mencionar que uno de los motivos fuera que se había atrevido a tocar a la fémina que tenía como prisionera. Ante la incontrolable situación, Hidan desenvainó el Tantō que tenía colgado de forma horizontal en su espalda inferior, y directamente apuntó con el filo al cuello del mercader.—No tienes derecho a tocar a una mujer.—Anunció con voz y postura amenazadora. El joven moreno, procurando no palpar sus zonas íntimas, cachearía a la dama con la otra mano en busca del brazalete robado. Una vez haya dado con él, lo sacaría y lo depositaría en la mesa del mercader con los demás objetos. —Y que sepa que en un futuro, ese tipo de negocios tendrá graves problemas con la ley.—Añadió para luego blandir, dibujando una especie de diagonal, con el filo en el aire, provocando que los hilos, que ataban las manos de la fémina, se cortasen.—Ahora làrgate, amaneceres, y no te metas en más líos.—Dijo.

La muchacha había dejado de ser un estorbo a parecer un pobre animal atrapado. Se podía sentir lástima por ella, incluso por su situación, pero no podía permitir que aquello le sirviese como justificante de sus actos. Hidan la había estado encaminando hasta el vendedor, donde esperaba que ella misma se disculpase, y que el señor del bazar la perdonase devolviéndole el objeto pertinente. Por lo visto la bronca había empezado metros antes de llegar, con un tono molesto pero comprensible; pues le habían robado en sus narices, y para cualquiera eso no era agradable.

Gracias pero me puedo valer por mí mismo.—Respondió en seco a la ironía de la fémina, que al parecer creía que Hidan también era el tipo de hombres que no sabían acerca del concepto real de mujer. Hidan podía sentir atracción por una mujer más allá del sentido sexual y la mayoría de veces no es manfestada ni siquiera un poco. Él era consciente de las desigualdades de género en muchos casos, pero no era un asunto que le incumbía, razón por la cual su postura siempre estuvo distante, ya que a él no le afectaba, sino a las mujeres que tenían como misión alzarse y reclamar su verdadero papel en la sociedad; que es la libertad de ser y la igualdad de conseguir.

La situación que se había desarrollado frente al vendedor lo había mosqueado hasta el punto de querer degollarlo, sin mencionar que uno de los motivos fuera que se había atrevido a tocar a la fémina que tenía como prisionera. Ante la incontrolable situación, Hidan desenvainó el Tantō que tenía colgado de forma horizontal en su espalda inferior, y directamente apuntó con el filo al cuello del mercader.—No tienes derecho a tocar a una mujer.—Anunció con voz y postura amenazadora. El joven moreno, procurando no palpar sus zonas íntimas, cachearía a la dama con la otra mano en busca del brazalete robado. Una vez haya dado con él, lo sacaría y lo depositaría en la mesa del mercader con los demás objetos. —Y que sepa que en un futuro, ese tipo de negocios tendrá graves problemas con la ley.—Añadió para luego blandir, dibujando una especie de diagonal, con el filo en el aire, provocando que los hilos, que ataban las manos de la fémina, se cortasen.—Ahora làrgate, amaneceres, y no te metas en más líos.—Dijo.

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Katori
Un objeto afilado se interpuso entre el hombre y la muchacha, en consecuencia, Katori sonrió de manera ladina. El tipo no vio más alternativa que retroceder con las manos en alto, dando a entender que no quería problemas con el ninja. Es poco común que los hombres de Sunagakure respeten al sexo opuesto, incluso los propios miembros de la fuerza shinobi suelen ser despiadados con las mismas, haciendo ojos ciegos ante las situaciones de injusticia, por eso es poco probable incluso ver mujeres dentro del mismo, se supone que es una tarea más "masculina", mientras que ellas, se deberían quedar en el hogar, esperándolos con la cena lista. Seguido de esto, una tercera mano comenzó a rozar sus muslos, pudiendo encontrar así a los brazaletes en uno de sus bolsillos. Allí también había monedas y otras joyas, pero el shinobi no tenía constancia de que también las había robado, por ende, no podía hacer nada al respecto, sin embargo, su lengua chasqueo por tener que devolver dichos objetos, en verdad le habían gustado, justamente por eso es que se los había apropiado, ahora tendrá que intentar conseguir otros por su cuenta.

Pero no ahora, no era el momento, seguramente el joven la seguiría vigilando a lo largo del día, o la encierre en una celda como dice la ley, pero cuando se preparó para partir a su lado, este la desató en menos de un parpadeo. — ¿Qué? —. Preguntó, para verificar que había oído bien. Aunque si, efectivamente permitió dejar que todo lo sucedido funcione como advertencia... El problema es que Katori no lee las etiquetas en letras pequeñas, y mucho menos suele escuchar lo que le dicen, por lo general, cuando encuentra un botón rojo que específicamente dice; "no tocar", ella va, y lo toca. Es como tener bajo custodia un niño de 5 años, pero peor, porque esta es capaz de clavarte una kunai en la yugular con tal de obtener lo que quiere. — No prometo nada —. Contestó en forma de broma, para luego, guiñarle un ojo.

Sin más, volvió a cubrir su rostro con aquel pedazo de tela y desaparecer entre la multitud. Ahora debía buscar al puñetero mono.
Un objeto afilado se interpuso entre el hombre y la muchacha, en consecuencia, Katori sonrió de manera ladina. El tipo no vio más alternativa que retroceder con las manos en alto, dando a entender que no quería problemas con el ninja. Es poco común que los hombres de Sunagakure respeten al sexo opuesto, incluso los propios miembros de la fuerza shinobi suelen ser despiadados con las mismas, haciendo ojos ciegos ante las situaciones de injusticia, por eso es poco probable incluso ver mujeres dentro del mismo, se supone que es una tarea más "masculina", mientras que ellas, se deberían quedar en el hogar, esperándolos con la cena lista. Seguido de esto, una tercera mano comenzó a rozar sus muslos, pudiendo encontrar así a los brazaletes en uno de sus bolsillos. Allí también había monedas y otras joyas, pero el shinobi no tenía constancia de que también las había robado, por ende, no podía hacer nada al respecto, sin embargo, su lengua chasqueo por tener que devolver dichos objetos, en verdad le habían gustado, justamente por eso es que se los había apropiado, ahora tendrá que intentar conseguir otros por su cuenta.

Pero no ahora, no era el momento, seguramente el joven la seguiría vigilando a lo largo del día, o la encierre en una celda como dice la ley, pero cuando se preparó para partir a su lado, este la desató en menos de un parpadeo. — ¿Qué? —. Preguntó, para verificar que había oído bien. Aunque si, efectivamente permitió dejar que todo lo sucedido funcione como advertencia... El problema es que Katori no lee las etiquetas en letras pequeñas, y mucho menos suele escuchar lo que le dicen, por lo general, cuando encuentra un botón rojo que específicamente dice; "no tocar", ella va, y lo toca. Es como tener bajo custodia un niño de 5 años, pero peor, porque esta es capaz de clavarte una kunai en la yugular con tal de obtener lo que quiere. — No prometo nada —. Contestó en forma de broma, para luego, guiñarle un ojo.

Sin más, volvió a cubrir su rostro con aquel pedazo de tela y desaparecer entre la multitud. Ahora debía buscar al puñetero mono.

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Hidan
Tras haber sido entregado el objeto robado que había descrito en un principio el mercader, la chica fue liberada con el filo del Tantō que estaba empuñando el moreno en su mano izquierda. La reacción del vendedor ante aquel giro de situación le había hecho levantar sus manos para reflejar cuanto antes su sumisión, empezando a notarse el sudor recorrer de su sien hasta su barbilla. El miedo en aquel hombre era algo más que evidente, y sumado a los comentarios que le dirigió el joven Hidan, hicieron que en el acto, comprendiese sus palabras, asimilándolas asentando la cabeza y pidiendo disculpas con posterioridad.

¡Pero oye!—Exclamó hacia la muchacha que se disponía a abandonar el lugar. Su contestación no le había convencido lo suficiente de que hubiese aprendido algo de hoy, pues hasta se había atrevido a expresar que aún cabía la posibilidad de que lo podría volver a hacer. No podía entender porque una chica tan atractiva a su manera necesitaba robar, ¿a caso le desesperaba su situación económica?. Sin embargo, antes de que ella desapareciese entre la muchedumbre, creyó entender al instante el porqué, apoyándose de lo que hace un momento le había dicho mientras el vendedor intentaba hostigarla.—Da igual, qué fastidio.—Murmuró mientras enfundaba su arma.

Estaba claro que lo que le molestaba a esa chica era la existencia de una sociedad patriarcal que no respetaba el derecho de igualdad de las mujeres, incluyendo, tal vez, una necesidad económica que no podía ser satisfacida por su familia debido a algún motivo. Pero Hidan aún opinaba lo mismo al respecto, su situación, ya fuese hombre o mujer, no podía ser justificable para robarle a los demás, da igual si la víctima en cuestión fuese el ser más aborrecible del planeta. La ley en estos tiempos no era, para nada, perfecta en Sunagakure, pero algún día aquello cambiaría y tomaría consciencia de muchos problemas que involucran la sociedad de la arena. Si algún día Hidan se convirtiera en Kazekage, su primer deseo sería mejorar la ley y procurar la estabilidad de su aldea sobre todas las cosas.

Por cierto, la próxima vez sienta algo de vergüenza y lávese los dientes antes de recibir una mujer como cliente. Adiós.—Le dijo al vendedor. Acto seguido se dispuso a abandonar el lugar, y continuó su paseo por la aldea, patrullando con la esperanza de no toparse una vez más con aquella muchacha ni con cualquier otra persona que estuviera alterando el orden.
Tras haber sido entregado el objeto robado que había descrito en un principio el mercader, la chica fue liberada con el filo del Tantō que estaba empuñando el moreno en su mano izquierda. La reacción del vendedor ante aquel giro de situación le había hecho levantar sus manos para reflejar cuanto antes su sumisión, empezando a notarse el sudor recorrer de su sien hasta su barbilla. El miedo en aquel hombre era algo más que evidente, y sumado a los comentarios que le dirigió el joven Hidan, hicieron que en el acto, comprendiese sus palabras, asimilándolas asentando la cabeza y pidiendo disculpas con posterioridad.

¡Pero oye!—Exclamó hacia la muchacha que se disponía a abandonar el lugar. Su contestación no le había convencido lo suficiente de que hubiese aprendido algo de hoy, pues hasta se había atrevido a expresar que aún cabía la posibilidad de que lo podría volver a hacer. No podía entender porque una chica tan atractiva a su manera necesitaba robar, ¿a caso le desesperaba su situación económica?. Sin embargo, antes de que ella desapareciese entre la muchedumbre, creyó entender al instante el porqué, apoyándose de lo que hace un momento le había dicho mientras el vendedor intentaba hostigarla.—Da igual, qué fastidio.—Murmuró mientras enfundaba su arma.

Estaba claro que lo que le molestaba a esa chica era la existencia de una sociedad patriarcal que no respetaba el derecho de igualdad de las mujeres, incluyendo, tal vez, una necesidad económica que no podía ser satisfacida por su familia debido a algún motivo. Pero Hidan aún opinaba lo mismo al respecto, su situación, ya fuese hombre o mujer, no podía ser justificable para robarle a los demás, da igual si la víctima en cuestión fuese el ser más aborrecible del planeta. La ley en estos tiempos no era, para nada, perfecta en Sunagakure, pero algún día aquello cambiaría y tomaría consciencia de muchos problemas que involucran la sociedad de la arena. Si algún día Hidan se convirtiera en Kazekage, su primer deseo sería mejorar la ley y procurar la estabilidad de su aldea sobre todas las cosas.

Por cierto, la próxima vez sienta algo de vergüenza y lávese los dientes antes de recibir una mujer como cliente. Adiós.—Le dijo al vendedor. Acto seguido se dispuso a abandonar el lugar, y continuó su paseo por la aldea, patrullando con la esperanza de no toparse una vez más con aquella muchacha ni con cualquier otra persona que estuviera alterando el orden.

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