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na semana había transcurrido desde aquella batalla inconclusa, apenas dejada como un empate para la inconformidad del pequeño bermellón. Sucedía entonces que aquel día iniciaba con un lento ascenso diurno, en donde su extensa melena carmín se desplegaba sin control sobre el futón en el que dormía tan plácidamente.Por fortuna, el joven pelirrojo pocas preocupaciones podía tener. Su madre veía los días pasar dentro de su herboristeria, entregada a su amor por la medicina y la flora. Su abuela vivía al cuidado de aquellos a punto de nacer en la aldea, como la matrona que era. Y su hermana, su pequeña hermana menor, sólo atendía a las clases que algún profesor de literatura, artes plásticas o matemáticas, solían dar a los jóvenes de forma gratuita y que cuyas familias poco podrían costear una educación con todas las comodidades.
Tenma había crecido en un sitio de sólo mujeres, siendo un hogar bastante modesto y carente de lujos. Pero, aún con ello, se sentía pleno. No necesitaba de algo más que sólo tenerlas a ellas, viviendo así una época que pocos en un mundo como aquel podría tener. Una familia, un hogar.
Sin embargo, no todo sería tan de rosas es día, pues el primer impacto vendría cuando, al despertar por los rayos de luz filtrarse a su habitación, encontraría su rostro deformado en una abominación sobre el espejo. Su grito fue poderoso, pero nadie se encontraba en casa en ese momento. Su abuela debía estar con los huérfanos de la aldea, y su madre en la herboristeria con, posiblemente, su hermana ayudándola.
Tal parecía que nadie había querido importunar su descanso luego de haber estado inmerso en varias misión en los días más recientes.