Era común encontrarse la aldea en parte activa por el propio comercio interno de la misma, viendo artesanos y comerciantes intercambiando mercancías desde bien temprano, antes incluso de que el Sol saliera. Ciudadanos varios invertían su tiempo y dinero en comprar algunas de esas mercancías, aunque habían algunas que estaban tan por encima de sus posibilidades… que siquiera se atrevían a soñar con ellas. Lámparas de aceite ornamentadas, figuras talladas en madera, mármol, y oro blanco, vestidos que cualquier mujer desearía tan siquiera tocar por su suavidad…
Podía ver todo eso desde la ventana de la residencia del señor Kokoa, sentada cerca de la ventana mientras, con un ojo vigilaba la plaza, y con el otro la puerta del baño. Llevaba ya veinte minutos. Hacía mucho calor ese día, demasiado. Notaba como si mi cuerpo se derritiese de verdad. Llevaba la máscara puesta para que el Sol no incidiera directamente sobre mi cara, y un turbante para retener el calor antes de llegar a mi rostro.
Para los habitantes de aquella aldea, habituados a ese calor, debía ser algo estrafalario e innecesario. Para mi no. Debido a mi procedencia, el calor se cebaba especialmente conmigo. Llevaba solo seis botellas pequeñas de agua conmigo, y dudaba de si sería capaz de atravesar el desierto dos veces con tan poco.
Escuché la puerta abrirse y me puse en pie, firme, con las manos en mi espalda mientras el señor caminaba a paso ligeramente lento hacia mi. Llevaba un bastón decorado de forma extraña, con grabados a medio hacer. Debía ser la edad. Según me habían dicho era un carpintero y constructor que en su época fue, si no el mejor, estuvo muy cerca de serlo.
—Hola, perdón por el retraso. Como te iba diciendo, el camino va a ser muy largo así que si necesitas algo, sé libre de tomarlo. Cualquier cosa que te ayude a ti, me ayudará a mi… ¿me habías dicho tu nombre?
Asentí. Era alguien realmente olvidadizo. Ya le había dicho mi nombre tres veces, y no me gustaba repetir tanto, pero si no tenía otro remedio, tendría que hacerlo hasta que se acordase.
—Mi nombre es Akira, Akira Aoi, señor Kokoa.
Puso un rostro pensativo, como si intentara recordarlo o simular que estaba recordando algo.
—¡Pues claro! ¡Ahora todo tiene sentido! Bueno, en marcha, no queremos perder más tiempo, tengo una nieta a la que ver. ¿O era un nieto…?
—Nieta, señor Kokoa.
—¡Eso! ¡En marcha! Intentaré ir despacio para que no quedes muy atrás.
Salir de la aldea casi fue una odisea. El señor intentó salir por “escondrijos secretos” que él juró que había en las murallas, pero al llegar ninguno era escondrijo y mucho menos era secreto. Tardé al menos veinte minutos en que fuese hasta la entrada de la aldea, donde, al presentar la hoja de mi misión, nos dejaron pasar. Los guardias nos señalaron la dirección a la que debíamos ir. Era un lugar muy peligroso de atravesar, llamado “Desierto Infernal”, sin embargo, era más peligroso para mi dar un rodeo con solo seis botellas de agua. Tendría que gastarme todo lo obtenido en la misión en una de esas aldeas para comprar agua para el viaje de vuelta.
Igualmente, el señor Kokoa estaba conforme en ir por ese camino. Según él “era como ser joven de nuevo, bueno, un poco más joven solo”. Su cabello era completamente blanco, tenía las orejas caídas y un cuerpo algo pequeño, seguramente por la edad. Por algún motivo que desconocía, los que se convertían en ancianos, terminaban siendo más pequeños. Pensaba que eran solo historias, pero al parecer podía pasar.
Durante el camino no paraba de preguntar si ya habíamos llegado, dónde nos encontrábamos del camino, y si quedaba mucho. Algunas veces no respondía. Gastaba saliva y era mala idea malgastar mis escasos recursos respondiendo a alguien que a los pocos minutos se olvidaba de lo que había respondido. ¿Tenía siquiera sentido llevarlo a ver a su nieta? ¿Se acordaría de haberla visto, de haber estado con ella? La familia era una debilidad, como este señor estaba mostrando, al emprender un viaje que podría costar su vida.
Según las historias que contaba, él era un carpintero excepcional que antaño construyó la muralla de la aldea de Sunagakure, incluso el “palacio” del Kazekage, pero habían mandado a un simple gennin recién salido de la academia a escoltarlo. En sus primeros años, fue el responsable de construir una gran armada para la nación del Agua, y más tarde, el gran palacio (algo que no estoy segura de que exista) del “Kumikage”. Decía conocer secretos en las murallas de la aldea, incluso los puntos débiles de la armada de la nación del Agua, incluso por donde entrar sin ser visto para asesinar o secuestrar al “Kumikage”.
Cuando quise darme cuenta, llevaba ya tres de las seis botellas de agua, y habíamos recorrido apenas la mitad del camino. La máscara no dejaba transpirar mi sudor, y mi rostro se estaba calentando bastante. Me la terminé quitando, pudiendo respirar mejor. La guardé en mi pequeña mochila y continué el camino. El señor caminaba demasiado lento. Sería más fácil agarrarlo y llevarlo a cuestas hasta la aldea, pero por desgracia no iba a funcionar.
—Deberíamos descansar un poco. Mis piernas ya no son lo que eran, aunque seguro que te ganaría en una carrera.
Se detuvo en frente de dos pequeñas rocas, donde parecía haber un pequeño campamento que habían dejado abandonado varios días atrás. Una pequeña fogata y una tienda de campaña rasgada y destrozada. El señor se sentó en una de las rocas, mirando hacia el cielo, dirección a la aldea, bebiendo un poco de agua. Me acerqué a la tienda rasgada, que aún se mantenía en pie, y moví levemente la tela para ver qué había dentro. Sangre. Cubría toda la tienda de campaña.
Miré hacia los pies de la roca donde me iba a sentar, y vi más manchas de sangre en la parte baja de la misma, donde tocaba con la arena.
En la arena no quedaba rastro, y las rocas de la fogata estaban apagadas. Siquiera quedaban cenizas. Había sido hace varios días.
El anciano me hablaba, pero realmente no le estaba escuchando. Escuchaba palabras sueltas como “nieta”, “familia”, “bastón”, y “gravados”.
Me senté sobre la roca manchada de sangre, ojo a visor. Era una planicie. Parece que la habían elegido para no ser emboscados. Era un lugar desde donde se podía ver perfectamente al menos dos kilómetros de diámetro. De haber visto una sola sombra, podrían haberse ido corriendo y escapado de los asaltantes. La cantidad de sangre indica que alguien había muerto dentro, pero, de ser así… ¿dónde?
Me moví un poco, sintiendo como si la roca se apoyase en algo blando, en un desnivel. La sangre comenzó a salir bajo la piedra. Tragué saliva, notaba mi corazón palpitar con mucha fuerza. Por un segundo la paranoia se apoderó de mi y miré hacia todas direcciones. Me levanté y tomé al anciano de la mano, casi arrastrándolo.
—Debemos irnos, antes de que llegue la noche. Así podrá ver a su nieta lo antes posible, señor Kokoa.
Incluso fingí una sonrisa para intentar que accediese. Algo que no solía hacer.
En parte era cierto, en parte era mentira. Debíamos alejarnos lo antes posible de ese lugar. Al mirar desde atrás las rocas, tenían grabadas algunas palabras. Una de ellas decía “adúltera”, la otra “traidor”. No me quedé a investigar ninguna de las tumbas, era mejor irse. No era creyente, pero ese lugar no me traía buena espina. Si el asesino volvía, o los asesinos, podría ser un gran problema. Si tenía que pelear, no iba a poder regresar.
Podía ver todo eso desde la ventana de la residencia del señor Kokoa, sentada cerca de la ventana mientras, con un ojo vigilaba la plaza, y con el otro la puerta del baño. Llevaba ya veinte minutos. Hacía mucho calor ese día, demasiado. Notaba como si mi cuerpo se derritiese de verdad. Llevaba la máscara puesta para que el Sol no incidiera directamente sobre mi cara, y un turbante para retener el calor antes de llegar a mi rostro.
Para los habitantes de aquella aldea, habituados a ese calor, debía ser algo estrafalario e innecesario. Para mi no. Debido a mi procedencia, el calor se cebaba especialmente conmigo. Llevaba solo seis botellas pequeñas de agua conmigo, y dudaba de si sería capaz de atravesar el desierto dos veces con tan poco.
Escuché la puerta abrirse y me puse en pie, firme, con las manos en mi espalda mientras el señor caminaba a paso ligeramente lento hacia mi. Llevaba un bastón decorado de forma extraña, con grabados a medio hacer. Debía ser la edad. Según me habían dicho era un carpintero y constructor que en su época fue, si no el mejor, estuvo muy cerca de serlo.
—Hola, perdón por el retraso. Como te iba diciendo, el camino va a ser muy largo así que si necesitas algo, sé libre de tomarlo. Cualquier cosa que te ayude a ti, me ayudará a mi… ¿me habías dicho tu nombre?
Asentí. Era alguien realmente olvidadizo. Ya le había dicho mi nombre tres veces, y no me gustaba repetir tanto, pero si no tenía otro remedio, tendría que hacerlo hasta que se acordase.
—Mi nombre es Akira, Akira Aoi, señor Kokoa.
Puso un rostro pensativo, como si intentara recordarlo o simular que estaba recordando algo.
—¡Pues claro! ¡Ahora todo tiene sentido! Bueno, en marcha, no queremos perder más tiempo, tengo una nieta a la que ver. ¿O era un nieto…?
—Nieta, señor Kokoa.
—¡Eso! ¡En marcha! Intentaré ir despacio para que no quedes muy atrás.
Salir de la aldea casi fue una odisea. El señor intentó salir por “escondrijos secretos” que él juró que había en las murallas, pero al llegar ninguno era escondrijo y mucho menos era secreto. Tardé al menos veinte minutos en que fuese hasta la entrada de la aldea, donde, al presentar la hoja de mi misión, nos dejaron pasar. Los guardias nos señalaron la dirección a la que debíamos ir. Era un lugar muy peligroso de atravesar, llamado “Desierto Infernal”, sin embargo, era más peligroso para mi dar un rodeo con solo seis botellas de agua. Tendría que gastarme todo lo obtenido en la misión en una de esas aldeas para comprar agua para el viaje de vuelta.
Igualmente, el señor Kokoa estaba conforme en ir por ese camino. Según él “era como ser joven de nuevo, bueno, un poco más joven solo”. Su cabello era completamente blanco, tenía las orejas caídas y un cuerpo algo pequeño, seguramente por la edad. Por algún motivo que desconocía, los que se convertían en ancianos, terminaban siendo más pequeños. Pensaba que eran solo historias, pero al parecer podía pasar.
Durante el camino no paraba de preguntar si ya habíamos llegado, dónde nos encontrábamos del camino, y si quedaba mucho. Algunas veces no respondía. Gastaba saliva y era mala idea malgastar mis escasos recursos respondiendo a alguien que a los pocos minutos se olvidaba de lo que había respondido. ¿Tenía siquiera sentido llevarlo a ver a su nieta? ¿Se acordaría de haberla visto, de haber estado con ella? La familia era una debilidad, como este señor estaba mostrando, al emprender un viaje que podría costar su vida.
Según las historias que contaba, él era un carpintero excepcional que antaño construyó la muralla de la aldea de Sunagakure, incluso el “palacio” del Kazekage, pero habían mandado a un simple gennin recién salido de la academia a escoltarlo. En sus primeros años, fue el responsable de construir una gran armada para la nación del Agua, y más tarde, el gran palacio (algo que no estoy segura de que exista) del “Kumikage”. Decía conocer secretos en las murallas de la aldea, incluso los puntos débiles de la armada de la nación del Agua, incluso por donde entrar sin ser visto para asesinar o secuestrar al “Kumikage”.
Cuando quise darme cuenta, llevaba ya tres de las seis botellas de agua, y habíamos recorrido apenas la mitad del camino. La máscara no dejaba transpirar mi sudor, y mi rostro se estaba calentando bastante. Me la terminé quitando, pudiendo respirar mejor. La guardé en mi pequeña mochila y continué el camino. El señor caminaba demasiado lento. Sería más fácil agarrarlo y llevarlo a cuestas hasta la aldea, pero por desgracia no iba a funcionar.
—Deberíamos descansar un poco. Mis piernas ya no son lo que eran, aunque seguro que te ganaría en una carrera.
Se detuvo en frente de dos pequeñas rocas, donde parecía haber un pequeño campamento que habían dejado abandonado varios días atrás. Una pequeña fogata y una tienda de campaña rasgada y destrozada. El señor se sentó en una de las rocas, mirando hacia el cielo, dirección a la aldea, bebiendo un poco de agua. Me acerqué a la tienda rasgada, que aún se mantenía en pie, y moví levemente la tela para ver qué había dentro. Sangre. Cubría toda la tienda de campaña.
Miré hacia los pies de la roca donde me iba a sentar, y vi más manchas de sangre en la parte baja de la misma, donde tocaba con la arena.
En la arena no quedaba rastro, y las rocas de la fogata estaban apagadas. Siquiera quedaban cenizas. Había sido hace varios días.
El anciano me hablaba, pero realmente no le estaba escuchando. Escuchaba palabras sueltas como “nieta”, “familia”, “bastón”, y “gravados”.
Me senté sobre la roca manchada de sangre, ojo a visor. Era una planicie. Parece que la habían elegido para no ser emboscados. Era un lugar desde donde se podía ver perfectamente al menos dos kilómetros de diámetro. De haber visto una sola sombra, podrían haberse ido corriendo y escapado de los asaltantes. La cantidad de sangre indica que alguien había muerto dentro, pero, de ser así… ¿dónde?
Me moví un poco, sintiendo como si la roca se apoyase en algo blando, en un desnivel. La sangre comenzó a salir bajo la piedra. Tragué saliva, notaba mi corazón palpitar con mucha fuerza. Por un segundo la paranoia se apoderó de mi y miré hacia todas direcciones. Me levanté y tomé al anciano de la mano, casi arrastrándolo.
—Debemos irnos, antes de que llegue la noche. Así podrá ver a su nieta lo antes posible, señor Kokoa.
Incluso fingí una sonrisa para intentar que accediese. Algo que no solía hacer.
En parte era cierto, en parte era mentira. Debíamos alejarnos lo antes posible de ese lugar. Al mirar desde atrás las rocas, tenían grabadas algunas palabras. Una de ellas decía “adúltera”, la otra “traidor”. No me quedé a investigar ninguna de las tumbas, era mejor irse. No era creyente, pero ese lugar no me traía buena espina. Si el asesino volvía, o los asesinos, podría ser un gran problema. Si tenía que pelear, no iba a poder regresar.
- Mision:
- La familia unida
Rango: D
Descripción: Entre los muros de la aldea se encuentra un viejo señor que en su tiempo fue un maestro constructor y vive solo, ahora senil y con dificultades para recordar qué día es. Hace poco llegó a su domicilio una carta de su nieta, informándole que su bisnieta había nacido sana. Debido a su edad, y a pesar de que el pueblo donde viven está a solo un día de viaje, necesita ayuda para que lo acompañen durante el viaje para no perderse.
Localización: Sunagakure no Sato
Objetivo: Ayudar al anciano Issei Kokoa a llegar hasta el pueblo donde se encuentra su bisnieta para poder conocerla.
Recompensa: 550 ryous