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MADARA CHRONICLES

¡Bienvenido a Madara Chronicles! Foro de Naruto interpretativo donde buscamos que el usuario se encuentre con la mayor de las comodidades y disponga de opciones para crear y desarrollar su personaje dentro de una ambientación, permitiendo que cobre importancia con el paso del tiempo y de su propio desarrollo.

Actualmente estamos en fase Beta, pero trabajamos duramente para dar una experiencia nueva y única para el usuario, con multitud de ideas y proyectos que esperamos que pronto vean la luz.

¿Por qué no te animas a formar parte de este gran proyecto? ¡Te esperamos con los brazos abiertos!
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“Cuando no haya más espacio en el infierno, los muertos caminarán sobre la tierra.”

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Hermanos [2/6]

La familia unida [Misión - D]

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Akira Aoi



Era común encontrarse la aldea en parte activa por el propio comercio interno de la misma, viendo artesanos y comerciantes intercambiando mercancías desde bien temprano, antes incluso de que el Sol saliera. Ciudadanos varios invertían su tiempo y dinero en comprar algunas de esas mercancías, aunque habían algunas que estaban tan por encima de sus posibilidades… que siquiera se atrevían a soñar con ellas. Lámparas de aceite ornamentadas, figuras talladas en madera, mármol, y oro blanco, vestidos que cualquier mujer desearía tan siquiera tocar por su suavidad…

Podía ver todo eso desde la ventana de la residencia del señor Kokoa, sentada cerca de la ventana mientras, con un ojo vigilaba la plaza, y con el otro la puerta del baño. Llevaba ya veinte minutos. Hacía mucho calor ese día, demasiado. Notaba como si mi cuerpo se derritiese de verdad. Llevaba la máscara puesta para que el Sol no incidiera directamente sobre mi cara, y un turbante para retener el calor antes de llegar a mi rostro.

Para los habitantes de aquella aldea, habituados a ese calor, debía ser algo estrafalario e innecesario. Para mi no. Debido a mi procedencia, el calor se cebaba especialmente conmigo. Llevaba solo seis botellas pequeñas de agua conmigo, y dudaba de si sería capaz de atravesar el desierto dos veces con tan poco.

Escuché la puerta abrirse y me puse en pie, firme, con las manos en mi espalda mientras el señor caminaba a paso ligeramente lento hacia mi. Llevaba un bastón decorado de forma extraña, con grabados a medio hacer. Debía ser la edad. Según me habían dicho era un carpintero y constructor que en su época fue, si no el mejor, estuvo muy cerca de serlo.

—Hola, perdón por el retraso. Como te iba diciendo, el camino va a ser muy largo así que si necesitas algo, sé libre de tomarlo. Cualquier cosa que te ayude a ti, me ayudará a mi… ¿me habías dicho tu nombre?

Asentí. Era alguien realmente olvidadizo. Ya le había dicho mi nombre tres veces, y no me gustaba repetir tanto, pero si no tenía otro remedio, tendría que hacerlo hasta que se acordase.

—Mi nombre es Akira, Akira Aoi, señor Kokoa.

Puso un rostro pensativo, como si intentara recordarlo o simular que estaba recordando algo.

—¡Pues claro! ¡Ahora todo tiene sentido! Bueno, en marcha, no queremos perder más tiempo, tengo una nieta a la que ver. ¿O era un nieto…?

—Nieta, señor Kokoa.

—¡Eso! ¡En marcha! Intentaré ir despacio para que no quedes muy atrás.


Salir de la aldea casi fue una odisea. El señor intentó salir por “escondrijos secretos” que él juró que había en las murallas, pero al llegar ninguno era escondrijo y mucho menos era secreto. Tardé al menos veinte minutos en que fuese hasta la entrada de la aldea, donde, al presentar la hoja de mi misión, nos dejaron pasar. Los guardias nos señalaron la dirección a la que debíamos ir. Era un lugar muy peligroso de atravesar, llamado “Desierto Infernal”, sin embargo, era más peligroso para mi dar un rodeo con solo seis botellas de agua. Tendría que gastarme todo lo obtenido en la misión en una de esas aldeas para comprar agua para el viaje de vuelta.

Igualmente, el señor Kokoa estaba conforme en ir por ese camino. Según él “era como ser joven de nuevo, bueno, un poco más joven solo”. Su cabello era completamente blanco, tenía las orejas caídas y un cuerpo algo pequeño, seguramente por la edad. Por algún motivo que desconocía, los que se convertían en ancianos, terminaban siendo más pequeños. Pensaba que eran solo historias, pero al parecer podía pasar.

Durante el camino no paraba de preguntar si ya habíamos llegado, dónde nos encontrábamos del camino, y si quedaba mucho. Algunas veces no respondía. Gastaba saliva y era mala idea malgastar mis escasos recursos respondiendo a alguien que a los pocos minutos se olvidaba de lo que había respondido. ¿Tenía siquiera sentido llevarlo a ver a su nieta? ¿Se acordaría de haberla visto, de haber estado con ella? La familia era una debilidad, como este señor estaba mostrando, al emprender un viaje que podría costar su vida.

Según las historias que contaba, él era un carpintero excepcional que antaño construyó la muralla de la aldea de Sunagakure, incluso el “palacio” del Kazekage, pero habían mandado a un simple gennin recién salido de la academia a escoltarlo. En sus primeros años, fue el responsable de construir una gran armada para la nación del Agua, y más tarde, el gran palacio (algo que no estoy segura de que exista) del “Kumikage”. Decía conocer secretos en las murallas de la aldea, incluso los puntos débiles de la armada de la nación del Agua, incluso por donde entrar sin ser visto para asesinar o secuestrar al “Kumikage”.

Cuando quise darme cuenta, llevaba ya tres de las seis botellas de agua, y habíamos recorrido apenas la mitad del camino. La máscara no dejaba transpirar mi sudor, y mi rostro se estaba calentando bastante. Me la terminé quitando, pudiendo respirar mejor. La guardé en mi pequeña mochila y continué el camino. El señor caminaba demasiado lento. Sería más fácil agarrarlo y llevarlo a cuestas hasta la aldea, pero por desgracia no iba a funcionar.

—Deberíamos descansar un poco. Mis piernas ya no son lo que eran, aunque seguro que te ganaría en una carrera.

Se detuvo en frente de dos pequeñas rocas, donde parecía haber un pequeño campamento que habían dejado abandonado varios días atrás. Una pequeña fogata y una tienda de campaña rasgada y destrozada. El señor se sentó en una de las rocas, mirando hacia el cielo, dirección a la aldea, bebiendo un poco de agua. Me acerqué a la tienda rasgada, que aún se mantenía en pie, y moví levemente la tela para ver qué había dentro. Sangre. Cubría toda la tienda de campaña.
Miré hacia los pies de la roca donde me iba a sentar, y vi más manchas de sangre en la parte baja de la misma, donde tocaba con la arena.

En la arena no quedaba rastro, y las rocas de la fogata estaban apagadas. Siquiera quedaban cenizas. Había sido hace varios días.

El anciano me hablaba, pero realmente no le estaba escuchando. Escuchaba palabras sueltas como “nieta”, “familia”, “bastón”, y “gravados”.

Me senté sobre la roca manchada de sangre, ojo a visor. Era una planicie. Parece que la habían elegido para no ser emboscados. Era un lugar desde donde se podía ver perfectamente al menos dos kilómetros de diámetro. De haber visto una sola sombra, podrían haberse ido corriendo y escapado de los asaltantes. La cantidad de sangre indica que alguien había muerto dentro, pero, de ser así… ¿dónde?

Me moví un poco, sintiendo como si la roca se apoyase en algo blando, en un desnivel. La sangre comenzó a salir bajo la piedra. Tragué saliva, notaba mi corazón palpitar con mucha fuerza. Por un segundo la paranoia se apoderó de mi y miré hacia todas direcciones. Me levanté y tomé al anciano de la mano, casi arrastrándolo.

—Debemos irnos, antes de que llegue la noche. Así podrá ver a su nieta lo antes posible, señor Kokoa.

Incluso fingí una sonrisa para intentar que accediese. Algo que no solía hacer.

En parte era cierto, en parte era mentira. Debíamos alejarnos lo antes posible de ese lugar. Al mirar desde atrás las rocas, tenían grabadas algunas palabras. Una de ellas decía “adúltera”, la otra “traidor”. No me quedé a investigar ninguna de las tumbas, era mejor irse. No era creyente, pero ese lugar no me traía buena espina. Si el asesino volvía, o los asesinos, podría ser un gran problema. Si tenía que pelear, no iba a poder regresar.

Mision:








Era común encontrarse la aldea en parte activa por el propio comercio interno de la misma, viendo artesanos y comerciantes intercambiando mercancías desde bien temprano, antes incluso de que el Sol saliera. Ciudadanos varios invertían su tiempo y dinero en comprar algunas de esas mercancías, aunque habían algunas que estaban tan por encima de sus posibilidades… que siquiera se atrevían a soñar con ellas. Lámparas de aceite ornamentadas, figuras talladas en madera, mármol, y oro blanco, vestidos que cualquier mujer desearía tan siquiera tocar por su suavidad…

Podía ver todo eso desde la ventana de la residencia del señor Kokoa, sentada cerca de la ventana mientras, con un ojo vigilaba la plaza, y con el otro la puerta del baño. Llevaba ya veinte minutos. Hacía mucho calor ese día, demasiado. Notaba como si mi cuerpo se derritiese de verdad. Llevaba la máscara puesta para que el Sol no incidiera directamente sobre mi cara, y un turbante para retener el calor antes de llegar a mi rostro.

Para los habitantes de aquella aldea, habituados a ese calor, debía ser algo estrafalario e innecesario. Para mi no. Debido a mi procedencia, el calor se cebaba especialmente conmigo. Llevaba solo seis botellas pequeñas de agua conmigo, y dudaba de si sería capaz de atravesar el desierto dos veces con tan poco.

Escuché la puerta abrirse y me puse en pie, firme, con las manos en mi espalda mientras el señor caminaba a paso ligeramente lento hacia mi. Llevaba un bastón decorado de forma extraña, con grabados a medio hacer. Debía ser la edad. Según me habían dicho era un carpintero y constructor que en su época fue, si no el mejor, estuvo muy cerca de serlo.

—Hola, perdón por el retraso. Como te iba diciendo, el camino va a ser muy largo así que si necesitas algo, sé libre de tomarlo. Cualquier cosa que te ayude a ti, me ayudará a mi… ¿me habías dicho tu nombre?

Asentí. Era alguien realmente olvidadizo. Ya le había dicho mi nombre tres veces, y no me gustaba repetir tanto, pero si no tenía otro remedio, tendría que hacerlo hasta que se acordase.

—Mi nombre es Akira, Akira Aoi, señor Kokoa.

Puso un rostro pensativo, como si intentara recordarlo o simular que estaba recordando algo.

—¡Pues claro! ¡Ahora todo tiene sentido! Bueno, en marcha, no queremos perder más tiempo, tengo una nieta a la que ver. ¿O era un nieto…?

—Nieta, señor Kokoa.

—¡Eso! ¡En marcha! Intentaré ir despacio para que no quedes muy atrás.


Salir de la aldea casi fue una odisea. El señor intentó salir por “escondrijos secretos” que él juró que había en las murallas, pero al llegar ninguno era escondrijo y mucho menos era secreto. Tardé al menos veinte minutos en que fuese hasta la entrada de la aldea, donde, al presentar la hoja de mi misión, nos dejaron pasar. Los guardias nos señalaron la dirección a la que debíamos ir. Era un lugar muy peligroso de atravesar, llamado “Desierto Infernal”, sin embargo, era más peligroso para mi dar un rodeo con solo seis botellas de agua. Tendría que gastarme todo lo obtenido en la misión en una de esas aldeas para comprar agua para el viaje de vuelta.

Igualmente, el señor Kokoa estaba conforme en ir por ese camino. Según él “era como ser joven de nuevo, bueno, un poco más joven solo”. Su cabello era completamente blanco, tenía las orejas caídas y un cuerpo algo pequeño, seguramente por la edad. Por algún motivo que desconocía, los que se convertían en ancianos, terminaban siendo más pequeños. Pensaba que eran solo historias, pero al parecer podía pasar.

Durante el camino no paraba de preguntar si ya habíamos llegado, dónde nos encontrábamos del camino, y si quedaba mucho. Algunas veces no respondía. Gastaba saliva y era mala idea malgastar mis escasos recursos respondiendo a alguien que a los pocos minutos se olvidaba de lo que había respondido. ¿Tenía siquiera sentido llevarlo a ver a su nieta? ¿Se acordaría de haberla visto, de haber estado con ella? La familia era una debilidad, como este señor estaba mostrando, al emprender un viaje que podría costar su vida.

Según las historias que contaba, él era un carpintero excepcional que antaño construyó la muralla de la aldea de Sunagakure, incluso el “palacio” del Kazekage, pero habían mandado a un simple gennin recién salido de la academia a escoltarlo. En sus primeros años, fue el responsable de construir una gran armada para la nación del Agua, y más tarde, el gran palacio (algo que no estoy segura de que exista) del “Kumikage”. Decía conocer secretos en las murallas de la aldea, incluso los puntos débiles de la armada de la nación del Agua, incluso por donde entrar sin ser visto para asesinar o secuestrar al “Kumikage”.

Cuando quise darme cuenta, llevaba ya tres de las seis botellas de agua, y habíamos recorrido apenas la mitad del camino. La máscara no dejaba transpirar mi sudor, y mi rostro se estaba calentando bastante. Me la terminé quitando, pudiendo respirar mejor. La guardé en mi pequeña mochila y continué el camino. El señor caminaba demasiado lento. Sería más fácil agarrarlo y llevarlo a cuestas hasta la aldea, pero por desgracia no iba a funcionar.

—Deberíamos descansar un poco. Mis piernas ya no son lo que eran, aunque seguro que te ganaría en una carrera.

Se detuvo en frente de dos pequeñas rocas, donde parecía haber un pequeño campamento que habían dejado abandonado varios días atrás. Una pequeña fogata y una tienda de campaña rasgada y destrozada. El señor se sentó en una de las rocas, mirando hacia el cielo, dirección a la aldea, bebiendo un poco de agua. Me acerqué a la tienda rasgada, que aún se mantenía en pie, y moví levemente la tela para ver qué había dentro. Sangre. Cubría toda la tienda de campaña.
Miré hacia los pies de la roca donde me iba a sentar, y vi más manchas de sangre en la parte baja de la misma, donde tocaba con la arena.

En la arena no quedaba rastro, y las rocas de la fogata estaban apagadas. Siquiera quedaban cenizas. Había sido hace varios días.

El anciano me hablaba, pero realmente no le estaba escuchando. Escuchaba palabras sueltas como “nieta”, “familia”, “bastón”, y “gravados”.

Me senté sobre la roca manchada de sangre, ojo a visor. Era una planicie. Parece que la habían elegido para no ser emboscados. Era un lugar desde donde se podía ver perfectamente al menos dos kilómetros de diámetro. De haber visto una sola sombra, podrían haberse ido corriendo y escapado de los asaltantes. La cantidad de sangre indica que alguien había muerto dentro, pero, de ser así… ¿dónde?

Me moví un poco, sintiendo como si la roca se apoyase en algo blando, en un desnivel. La sangre comenzó a salir bajo la piedra. Tragué saliva, notaba mi corazón palpitar con mucha fuerza. Por un segundo la paranoia se apoderó de mi y miré hacia todas direcciones. Me levanté y tomé al anciano de la mano, casi arrastrándolo.

—Debemos irnos, antes de que llegue la noche. Así podrá ver a su nieta lo antes posible, señor Kokoa.

Incluso fingí una sonrisa para intentar que accediese. Algo que no solía hacer.

En parte era cierto, en parte era mentira. Debíamos alejarnos lo antes posible de ese lugar. Al mirar desde atrás las rocas, tenían grabadas algunas palabras. Una de ellas decía “adúltera”, la otra “traidor”. No me quedé a investigar ninguna de las tumbas, era mejor irse. No era creyente, pero ese lugar no me traía buena espina. Si el asesino volvía, o los asesinos, podría ser un gran problema. Si tenía que pelear, no iba a poder regresar.

Mision:





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Akira Aoi




El resto del camino fue más tenso para mi. El señor Kokoa no se había dado cuenta de lo que había sucedido, por lo que seguía hablando. Tenía la mirada perdida, intentando ver todo lo que sucedía a mi alrededor. No le escuché el resto del camino, le respondía simplemente con monosílabos o algo que improvisaba.

Me estaba muriendo de sed. No literalmente, pero sí estaba muy cansada. Me quedaban tres botellas, pero no quería malgastar la cuarta hasta que emprendiera el camino de regreso. Respiraba agitada, sintiendo como crecía el malhumor y quería responder mal al señor Kokoa, pero me limité a respirar hondo y tratar de evitar esas consecuencias. Pero el calor me estaba afectado. Debía distraerme con algo.

—Señor Kokoa… ¿A qué se deben esos gravados de su bastón?

El señor miró el bastón y sonrió al verlos. Parecía como si hubiera conectado algo en su cabeza, porque comenzó a sonreír de forma sincera.

—Comencé a dibujarlos cuando me empezaba a hacer viejo. Tenía miedo de perder mis recuerdos, como mi padre, y su padre antes que él cuando llegaba a esta edad, así que… decidí grabar mi vida en el bastón poco a poco. Mis padres, mi pueblo natal, mis primeros trabajos…

Me fijé mientras caminábamos. Todo estaba tallado de un estilo único, ahora que me fijaba habían pequeñas piedras preciosas en los huecos, apenas podían verse, pero estaban allí. Una muralla estaba dibujada, así como dos barcos, por lo que quizá sí hizo una muralla, pero tan solo el plano original, o una muralla diferente a la que él decía y estaba mezclando la realidad. Lo mismo con los barcos.

—Hoy quiero terminar el bastón, grabando a mi nieta en el mismo antes de regresar a la aldea.

—¿Y por qué no se queda con su familia, si tanto los extraña?

El hombre se fijó en el bastón, en una parte muy específica. No mencionó nada más. Durante el resto del camino permaneció callado. No dijo una sola palabra.

Cuando llegamos al pueblo, finalmente a la puerta de la casa de su familia, yo me alejé. No quise saber nada de la familia. Me senté en una roca a veinte metros, mirando hacia la entrada, a la sombra de un edificio. Pude respirar más tranquila, transpirando. Me quité el turbante manchado de mi sudor y me coloqué la máscara. La familia abrió la puerta y permitieron que entrase. No sé lo que pasó dentro, pero estuvo allí hasta que anocheció. No tuve más remedio que beber otra de las botellas de agua, quedándome tan solo dos para todo el camino.

La hija del anciano se acercó a mi. Se parecía bastante, especialmente en la forma de sus ojos. Me agradeció por la amabilidad de traerlo y me ofreció algo de comer y beber. En un principio quise negarme, pero entre su insistencia, y que tenía hambre, terminé aceptando la comida. Esperé hasta que entrase para levantarme levemente la máscara y comenzar a comer. Tenía el estómago vacío, así que comí despacio para no provocarme dolor de estómago. Estaba bastante bueno.

Dejé de comer. Puse sobre la arena la bandeja de comida y me acerqué a la ventana, mirando lo que ocurría en el interior. Todos estaban hablando con normalidad, riéndose. El abuelo estaba bien, a salvo. Debían de ser simplemente paranoias mías. Volví y terminé de comer. Dejando la bandeja en el suelo. Me invitaron a pasar al interior de la casa, a dormir en el interior de la misma. Accedí a regañadientes. El abuelo se había quedado dormido, así que me limité a quedarme hasta el día siguiente.


Era una habitación modesta de invitados. Dormí apenas cuatro horas, pensando en las rocas sangrantes del desierto, con la duda de qué habría pasado. En parte no quería siquiera estar cerca de ese lugar, quería evitarlo, pero por otra tenía curiosidad… ¿Qué pasó allí? ¿Fue el marido, que encontró a su ex-pareja con su mejor amigo? ¿Sería una excusa para poder asesinar a dos personas y que nadie sospechase más de la cuenta?

Daba igual. Nadie los iba a encontrar. Y si lo hacían, los restos ya se habrían convertido en polvo.

Al día siguiente el abuelo ya estaba despierto. Su familia le despidió, y continuamos el camino. Nos ofrecieron provisiones para el camino de vuelta. No tuve opción, cuando el señor Kokoa lo tomó en mi lugar. Nos fuimos. Él parecía feliz, aunque, por algún motivo, esa felicidad fue apagándose a las horas, volviendo a tomar las mismas conversaciones que habíamos tenido anterior. Retomando los mismos temas, repitiéndolos constantemente. Aunque a veces miraba el bastón, y comenzaba a hablar de su nieta.

Debía de ser triste, ser incapaz de acordarse de su vida, y tener solo fantasías en la cabeza hasta mirar un pequeño bastón.

—Tu hija se parecía mucho a usted. Tiene sus ojos, igual que su nieta.

Sonrió, mirando el bastón.

—Desde luego… pero se parece más a mi esposa… murió hace mucho tiempo, le hubiera gustado verla.

—Quizá lo haya hecho.

Volvió a sonreír, mirando el bastón.

—Ojalá que sí… ojalá que sí…

Las provisiones me permitieron regresar a la aldea con una botella de agua. Pude respirar con tranquilidad al volver a la aldea, pasando de largo aquellas rocas, aunque tardásemos un poco más. Al llegar a la muralla, volvió a decir que la había construido él, intentando que fuéramos por un pasadizo secreto oculto bajo unas rocas que no existían. Finalmente llegamos a la puerta, y me despedí de él.

Había intentado hacer que se sintiera bien, pero… había sido falso. No me preocupaba, solo mostraba gratitud por la comida. Me entregó el dinero una vez llegué a la aldea, y nos despedimos, posiblemente para siempre.


Mision:









El resto del camino fue más tenso para mi. El señor Kokoa no se había dado cuenta de lo que había sucedido, por lo que seguía hablando. Tenía la mirada perdida, intentando ver todo lo que sucedía a mi alrededor. No le escuché el resto del camino, le respondía simplemente con monosílabos o algo que improvisaba.

Me estaba muriendo de sed. No literalmente, pero sí estaba muy cansada. Me quedaban tres botellas, pero no quería malgastar la cuarta hasta que emprendiera el camino de regreso. Respiraba agitada, sintiendo como crecía el malhumor y quería responder mal al señor Kokoa, pero me limité a respirar hondo y tratar de evitar esas consecuencias. Pero el calor me estaba afectado. Debía distraerme con algo.

—Señor Kokoa… ¿A qué se deben esos gravados de su bastón?

El señor miró el bastón y sonrió al verlos. Parecía como si hubiera conectado algo en su cabeza, porque comenzó a sonreír de forma sincera.

—Comencé a dibujarlos cuando me empezaba a hacer viejo. Tenía miedo de perder mis recuerdos, como mi padre, y su padre antes que él cuando llegaba a esta edad, así que… decidí grabar mi vida en el bastón poco a poco. Mis padres, mi pueblo natal, mis primeros trabajos…

Me fijé mientras caminábamos. Todo estaba tallado de un estilo único, ahora que me fijaba habían pequeñas piedras preciosas en los huecos, apenas podían verse, pero estaban allí. Una muralla estaba dibujada, así como dos barcos, por lo que quizá sí hizo una muralla, pero tan solo el plano original, o una muralla diferente a la que él decía y estaba mezclando la realidad. Lo mismo con los barcos.

—Hoy quiero terminar el bastón, grabando a mi nieta en el mismo antes de regresar a la aldea.

—¿Y por qué no se queda con su familia, si tanto los extraña?

El hombre se fijó en el bastón, en una parte muy específica. No mencionó nada más. Durante el resto del camino permaneció callado. No dijo una sola palabra.

Cuando llegamos al pueblo, finalmente a la puerta de la casa de su familia, yo me alejé. No quise saber nada de la familia. Me senté en una roca a veinte metros, mirando hacia la entrada, a la sombra de un edificio. Pude respirar más tranquila, transpirando. Me quité el turbante manchado de mi sudor y me coloqué la máscara. La familia abrió la puerta y permitieron que entrase. No sé lo que pasó dentro, pero estuvo allí hasta que anocheció. No tuve más remedio que beber otra de las botellas de agua, quedándome tan solo dos para todo el camino.

La hija del anciano se acercó a mi. Se parecía bastante, especialmente en la forma de sus ojos. Me agradeció por la amabilidad de traerlo y me ofreció algo de comer y beber. En un principio quise negarme, pero entre su insistencia, y que tenía hambre, terminé aceptando la comida. Esperé hasta que entrase para levantarme levemente la máscara y comenzar a comer. Tenía el estómago vacío, así que comí despacio para no provocarme dolor de estómago. Estaba bastante bueno.

Dejé de comer. Puse sobre la arena la bandeja de comida y me acerqué a la ventana, mirando lo que ocurría en el interior. Todos estaban hablando con normalidad, riéndose. El abuelo estaba bien, a salvo. Debían de ser simplemente paranoias mías. Volví y terminé de comer. Dejando la bandeja en el suelo. Me invitaron a pasar al interior de la casa, a dormir en el interior de la misma. Accedí a regañadientes. El abuelo se había quedado dormido, así que me limité a quedarme hasta el día siguiente.


Era una habitación modesta de invitados. Dormí apenas cuatro horas, pensando en las rocas sangrantes del desierto, con la duda de qué habría pasado. En parte no quería siquiera estar cerca de ese lugar, quería evitarlo, pero por otra tenía curiosidad… ¿Qué pasó allí? ¿Fue el marido, que encontró a su ex-pareja con su mejor amigo? ¿Sería una excusa para poder asesinar a dos personas y que nadie sospechase más de la cuenta?

Daba igual. Nadie los iba a encontrar. Y si lo hacían, los restos ya se habrían convertido en polvo.

Al día siguiente el abuelo ya estaba despierto. Su familia le despidió, y continuamos el camino. Nos ofrecieron provisiones para el camino de vuelta. No tuve opción, cuando el señor Kokoa lo tomó en mi lugar. Nos fuimos. Él parecía feliz, aunque, por algún motivo, esa felicidad fue apagándose a las horas, volviendo a tomar las mismas conversaciones que habíamos tenido anterior. Retomando los mismos temas, repitiéndolos constantemente. Aunque a veces miraba el bastón, y comenzaba a hablar de su nieta.

Debía de ser triste, ser incapaz de acordarse de su vida, y tener solo fantasías en la cabeza hasta mirar un pequeño bastón.

—Tu hija se parecía mucho a usted. Tiene sus ojos, igual que su nieta.

Sonrió, mirando el bastón.

—Desde luego… pero se parece más a mi esposa… murió hace mucho tiempo, le hubiera gustado verla.

—Quizá lo haya hecho.

Volvió a sonreír, mirando el bastón.

—Ojalá que sí… ojalá que sí…

Las provisiones me permitieron regresar a la aldea con una botella de agua. Pude respirar con tranquilidad al volver a la aldea, pasando de largo aquellas rocas, aunque tardásemos un poco más. Al llegar a la muralla, volvió a decir que la había construido él, intentando que fuéramos por un pasadizo secreto oculto bajo unas rocas que no existían. Finalmente llegamos a la puerta, y me despedí de él.

Había intentado hacer que se sintiera bien, pero… había sido falso. No me preocupaba, solo mostraba gratitud por la comida. Me entregó el dinero una vez llegué a la aldea, y nos despedimos, posiblemente para siempre.


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Kazuki Hayashi
¡Aceptado!
Se te recompensa con 3 PD (2 por narrativa + 1 por ser una misión de rango D) y 550 Ryus + 2 PD extra.

Si bien los temas de misiones de rango D se deben realizar en un solo post en tu caso, ambos cumplen con los parámetros establecidos para el cumplimiento de una misión de ese rango por lo que se ha entregado un extra.
¡Aceptado!
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