No sabía la causa de ello, pero ese día tuve un presentimiento extraño desde que me desperté en la mañana de Domingo. Mi padre ya no estaba con vida y mi madre no era la misma de siempre. A pesar de su separación, ella nunca volvió a estar con otro hombre. Yo sentía que ella lo amaba (y lo sigue haciendo), pero que la convivencia de pareja no era algo que pudiese manejar con facilidad. El clima en Kumogakure tampoco ayudaba a su salud, nuestra salud, después de lo acontecido recientemente. La pérdida de un ser querido no es algo fácil de afrontar, y menos estando lejos de aquél a quien amas.
Me levanté unos minutos después de despertarme, haciendo el menor ruido posible para no despertar a mi progenitora. Tomé la ducha cotidiana antes de desayunar y luego volví para terminar de prepararme antes de salir a caminar por la aldea. Mi vida era algo común, como todo Gennin: hacer misiones, entrenar mis habilidades en mi tiempo libre y descansar. Aunque tenía un rango bajo, todavía no tenía un equipo firme asignado, sino que hacía misiones en solitario o con algún shinobi en mi misma situación... ¿Donde estarían aquellos ninjas con los que me hablaba en la academia? Pasaron tantos años ya, que los había olvidado por completo.
Finalmente salí de mi humilde morada. El día estaba nublado mas no llovia, cosa que me agradó un poco. Aunque la mayoría de los integrantes de mi clan utilizaban anteojos de sol y ropa holgada, a mis insectos no le molestaba lo que usara, y podía ir por la vida sin usar obligatoriamente esas gafas del demonio. Cuando pasaba por la academia ninja, pude ver a lo lejos pequeños cuerpos que se movían, parecían estar entrenando algo, con lo que me volvieron flashes de recuerdos de mi tiempo por allí. Al no tener muchas personas con las que hablar, me pasaba el dìa leyendo e interactuando con mis insectos (los cuales daban un poco de miedo a mis compañeras), por lo que creo que es una de las principales razones por las que me es bastante fácil batallar con ellos.
Unos 300 metros a la derecha de la academia se encontraba un campo de entrenamiento, el cuál, al ser al aire libre, me permitia utilizar a mis amiguitos con facilidad. Allí se encontraba una pequeña cascada rodeada de árboles 5 veces más altos que mi cuerpo, en donde decidí aprovechar mi día libre para meditar un poco. Así fue como me acerqué a paso continuo hacia aquél espacio, que invitaba a sentarse a uno en la piedra que se ubicaba justo debajo del chorro de agua que caía constantemente, la que estaba cubierta de un color verde por el musgo crecido. Me ubiqué, sentandome con las piernas cruzadas sobre la piedra, y comencé a sincronizar mi respiración mientras trataba de sentir mi chakra y el de mi alrededor. El silencio del lugar me ayudaba en mi tarea, cosa que no era nada fácil para un simple Genin, pero tuve buenos maestros por lo que no debía preocuparme. El clima comenzó a empeorar un poco, soplando una pequeña brisa fresca que hacía mover la llovizna de la catarata y me humedecía sin que pudiese hacer nada. Unos minutos después, una banda de Kikaichus salieron hacia afuera y comenzaron a rodearme y girar alrededor mío, tratando de evitar el agua, manteniendonos así por un largo rato...
Me levanté unos minutos después de despertarme, haciendo el menor ruido posible para no despertar a mi progenitora. Tomé la ducha cotidiana antes de desayunar y luego volví para terminar de prepararme antes de salir a caminar por la aldea. Mi vida era algo común, como todo Gennin: hacer misiones, entrenar mis habilidades en mi tiempo libre y descansar. Aunque tenía un rango bajo, todavía no tenía un equipo firme asignado, sino que hacía misiones en solitario o con algún shinobi en mi misma situación... ¿Donde estarían aquellos ninjas con los que me hablaba en la academia? Pasaron tantos años ya, que los había olvidado por completo.
Finalmente salí de mi humilde morada. El día estaba nublado mas no llovia, cosa que me agradó un poco. Aunque la mayoría de los integrantes de mi clan utilizaban anteojos de sol y ropa holgada, a mis insectos no le molestaba lo que usara, y podía ir por la vida sin usar obligatoriamente esas gafas del demonio. Cuando pasaba por la academia ninja, pude ver a lo lejos pequeños cuerpos que se movían, parecían estar entrenando algo, con lo que me volvieron flashes de recuerdos de mi tiempo por allí. Al no tener muchas personas con las que hablar, me pasaba el dìa leyendo e interactuando con mis insectos (los cuales daban un poco de miedo a mis compañeras), por lo que creo que es una de las principales razones por las que me es bastante fácil batallar con ellos.
Unos 300 metros a la derecha de la academia se encontraba un campo de entrenamiento, el cuál, al ser al aire libre, me permitia utilizar a mis amiguitos con facilidad. Allí se encontraba una pequeña cascada rodeada de árboles 5 veces más altos que mi cuerpo, en donde decidí aprovechar mi día libre para meditar un poco. Así fue como me acerqué a paso continuo hacia aquél espacio, que invitaba a sentarse a uno en la piedra que se ubicaba justo debajo del chorro de agua que caía constantemente, la que estaba cubierta de un color verde por el musgo crecido. Me ubiqué, sentandome con las piernas cruzadas sobre la piedra, y comencé a sincronizar mi respiración mientras trataba de sentir mi chakra y el de mi alrededor. El silencio del lugar me ayudaba en mi tarea, cosa que no era nada fácil para un simple Genin, pero tuve buenos maestros por lo que no debía preocuparme. El clima comenzó a empeorar un poco, soplando una pequeña brisa fresca que hacía mover la llovizna de la catarata y me humedecía sin que pudiese hacer nada. Unos minutos después, una banda de Kikaichus salieron hacia afuera y comenzaron a rodearme y girar alrededor mío, tratando de evitar el agua, manteniendonos así por un largo rato...