白と赤
Shiro to Aka
A
manecer. Era el tiempo ideal para enseñar al cuerpo lo que se debe hacer.Un día inusualmente cálido para la nieve que caía eternamente, con un fondo azul sobre las cabezas que apenas exhibía algunas nubes blancas repartidas. Un azul un poco opaco, pero que no escondía ese dorado refulgir a la distancia, en el horizonte, alzándose poco a poco con su lentitud celeste. Sí, todo muy majestuoso, pero esa mañana a la primera luz del alba, el color rojo rompía la pureza de la nieve.
Cómo un rayo, atravesaba los campos de entrenamientos más boscosos de la zona. Era un área amplia, de al menos un kilómetro a la redonda desde donde se encontraba, siendo él el epicentro y habiéndose adentrado demasiado. Pero no estaba solo, sin embargo. La velocidad que lo había atraído allí fue impulsada por la necesidad de alcanzar a su maestra, quien se había perdido entre los árboles de hojas blancas; demasiado rauda, ingeniosa y tramposa, quien en su momento le lanzó una cuerda directo a las piernas, permitiendo ganar más margen si podía, aunque ella realmente no lo necesitara.
Para ese momento, Tenma yacía en medio del bosque nevado buscándola, fútilmente. Su voz de adolescente resonaba abiertamente entre los troncos y hojas, con el llamado de Maestra abarcando una amplia distancia.
Sólo los más curiosos, como ardillas y conejos, atendían a este llamado con sus grandes miradas tiernas, para luego perderse en sus madrigueras. Las botas de Tenma se hundían en la nieve, marcando un camino fácilmente rastreable incluso para un niño de siete años. - Tsk. - Chasqueó la lengua, a sabiendas de que así no podría encontrarla, y de que tontamente sólo estaba declarando su posición mientras ella, escondida, se estuviera riendo en silencio y divertida.
Tendré que idear un método para hallarla. - Sopesó en los lindes de su mente, buscando una solución para dar con el paradero de alguien muy superior a él.
Era claro que tan fácil no lo tendría.
Sin embargo, sus pasos lo terminaron por conducir hacia una corriente petrificada entre la nieve. Un río helado, cuya superficie congelada podía deducirse lo suficientemente gruesa cómo para caminar por ella, mas en su interior tal vez todavía corriera el agua. O tal vez no. La fuente de donde nacía aquel cauce yacía congelado; una cascada, de más de diez metros de altura, se situaba medianamente alejada por su derecha. Se veía, en cierto modo, hermoso. Esos cristales de hielo en descenso como si se hubiera detenido el tiempo.
Tenma se agachó dejando que su capa roja, y la bufanda vinotinto en el cuello, rozaran la tierra mientras reunía un puñado de nieve con sus manos. Se sentía fría incluso a través de sus guantes blancos. Pero, quien lo viera, tendría la impresión de un niño que intentaba jugar con el elemento natural de su tierra, mas él, por lo bajo, sonreía ocultamente hasta que se levantó lentamente. Su diestra se había llenado de aquel montón de cristales helados, convirtiéndolo en una bola al cerrar su mano en un puño. Parecía que quería intentar algo, y esperó, unos segundos, hasta que en dado momento instantáneamente giró. - ¡Ahí estás! - Todo su brazo se elongó para tirar el puñado de nieve hacia, donde creía, haber percibido a su maestra.
Su proyectil voló, pero, en un momento, se percató de una inesperada situación. Su gesto cambió.