PARA UN SHINOBI NO HAY NADA MEJOR QUE OTRO SHINOBI
por Eros Hyuuga, con Kamei Namikaze


El aula, su aula, estaba vacía, a diferencia de hacía tan solo un día, o unas horas atrás, en la gala de graduación de los ahora nuevos shinobis. El muy joven Eros era uno de los que se graduaba con orgullo, con honores, como un gennin más del País del Fuego, un Hyuuga más que representará el orgullo y la fuerza de un lineaje sagrado y antiguo. Lo encontraba allí el haberse olvidado pertenencias suyas sobre su parte del salón, por eso es que había vuelto para buscarlas, y, de paso, aprovechar aquel instante de contemplación con el lugar donde vivió gratas experiencias. Pero cuidado, no vayan a pensar que el heredero de la sangre de ojos de luna es alguien que se ata al pasado, simplemente no olvida las sonrisas disfrutadas, los buenos momentos y, por sobre todas las cosas, las grandes enseñanzas de sus senseis, de sus compañeros y compañeras de clase.

A su vez, estar allí le recordaba que ya no era un niño, y que no volvería a ser jamás lo que era antes. Que todo lo que pase ahora era producto de su camino shinobi, de sus defectos y virtudes. Pasaba su suave mano por la madera brillante de los escritorios del salón, prestaba atención a las luces que entraban por las ventanas, al olor a los muebles, a los colores, y proyectaba sobre su mente la imagen suya y de sus compañerxs, siendo revoltosxs, siendo ruidosxs, siendo niñxs. Pero una pequeña paloma blanca que se posa sobre el marco de un ventanal irrumpe con sus pensamientos. Busca sobre su escritorio, y encuentra lo que buscaba: un viejo anotador suyo que mencionaba técnicas aprendidas. Una suerte de historial de su progreso como estudiante. Eros había logrado desafiarse y superar cada obstáculo, pero ese cuaderno era un tesoro para Él, quería guardarlo en su habitación para que, si alguna vez necesitase volver a las bases, allí estuviera su memoria para recordarle de dónde viene, y hacia dónde va.

Ahora comenzaba una aventura nueva, y dicha aventura estaba relacionada con su primer equipo ninja. Había oído rumores de quienes serían sus nuevxs compañerxs. Era algo que le ponía ansioso, pues sabía que debía de crear lazos afectivos y, obviamente, formales. Sabía que debía desafiarse a trabajar en equipo, a defender a "los suyos". Y, por sobre todo, aprender mucho de quienes lo rodearían en sus próximos momentos de vida. Entregar su vitalidad para defender la causa de la justicia social, de la soberanía de su pueblo y de los demás pueblos. Si bien se enteraría en los próximos días sobre su equipo, los rumores y las ansiedades de entrenar en conjunto le daban ganas de poder acelerar el tiempo hasta la fecha de la revelación.

Como pensaba entrenar luego de visitar su aula, tenía consigo una botella de agua fresca. Se posó sentandose sobre una de las mesas de madera que apuntaban hacia la pizarra, y se puso a beber, mientras miraba hacia el horizonte que le permitía ver la luz que entraba por medio de las ventanas a su izquierda. Había un nuevo sol que iluminaba su rostro.