La vida en la aldea oculta entre la arena era sin dudas bastante complicada para todo aquel orgulloso que le gustase vivir sin pedir ayuda alguna vez. Establecerse en medio de un infernal desierto sin intenciones de mirar hacia los lados para ver con quién se puede hacer equipo para sobrevivir juntos, sin dudas sería una verdadera tontería que sólo el peor de los ejemplos que podía existir del ser humano podría hacer. Sin embargo y para suerte de todo habitante del árido y sofocante país del Viento, ninguno de ellos era así, o bueno, al menos no su mayoría...
"La unión hace la fuerza" dicen. Mejor demostración de eso no podía haber que lo que se vivía día a día en el desértico territorio al suroeste del continente. Los aldeanos de Suna sabían que sólo apoyándose los unos a los otros era que iban a poder sobrevivir en tan limitantes condiciones. Estar en un país donde la producción de insumos era prácticamente nula así lo ameritaba. Pero gracias a la buena fortuna de todos en los arenosos paisajes, el señor feudal era astuto, el Kazekage un sabio estratega y los líderes de las aldeas pequeñas, para nada tontos eran. Por todo eso, el país del "desierto infernal", se conocía por ser un país comerciante, mercancía iba y venía día tras día, y su gran aliada, la principal aldea del país del Fuego, le apoyaba bastante bien en ello.
Era por todo ese trabajo en conjunto, que nadie en el territorio titubeaba para pedir ayuda a un aliado, más aún si de un paisano se trataba. Hasta los pedidos de ayuda más "insignificantes" eran escuchados, aunque claro, no todo favor debía ser gratis, ya que dependía mucho de quién lo realizaba. Contratar a un ninja para una tarea significaba dar a cambio un pago monetario. No se podía simplemente "debilitar" la aldea ocupándole a uno de sus valiosos ninjas por ir a bajar un gato de un árbol después de todo. Era por eso que casi siempre, para cuando tareas "absurdas" se presentaban, rápidamente eran tomadas como misiones del rango más bajo existente, cuya dificultad de resolución era sencillamente nula. Eran dadas a ninjas novatos, de bajo rango, jóvenes en inicio de su camino shinobi hacia la altura que posiblemente deseen alcanzar alguna vez. Claro que esas tareas, eran bastante útiles para que los Gennin ganasen experiencia en el campo laboral mientras ayudaban a los aldeanos y se daban a conocer.
Ese día en particular, un joven pelirrojo, cuya mayoría de edad recién alcanzada delataba su tardía estadía en el rango que poseía como ninja, se le había encargado una de esas misiones "insignificantes" que para muchos eran molestas, para muchos, si, pero no para el muchacho mencionado. El joven adulto, miembro del noble clan Sabaku de la aldea oculta entre la arena, ya tenía trazado un largo y riguroso camino ninja, uno que decidió seguir para sanar todas las heridas que su dañada alma y su agobiada mente poseían debido a los giros de la vida que le había tocado vivir. Eso sí, no se quejaba. Al contrario, mientras una parte de su mente se debatía en lo que alguna vez hizo mal y lo que pudo hacer bien, otra parte de su mente estaba centrada en la continua mejoría diaria. Era por eso que muy temprano, como de costumbre, había asistido al despacho del maestro Kazekage para recibir su encargo del día y realizarlo con una sonrisa en el rostro, bueno, sonriendo metafóricamente, ya que la expresión que literalmente mostraba a todos, hacía deducir que el chico no poseía emoción negativa o positiva alguna, mas que la serenidad absoluta. Tsunayoshi expresaba una paz y tranquilidad que ciertamente no poseía, pero que servía para engañar a cualquier enemigo y a la vez a sí mismo. Así al menos disminuía (o trataba de hacerlo) su dolor interno.
La tarea de ese día era todo menos difícil, quizás porque el rango bajo de la misma así lo exigía, pero la verdad era que habían elegido al mejor candidato para realizarla. Debía de buscar un juguete perdido, una muñeca que una pequeña niña había dejado olvidada a las afueras de la puerta principal de la aldea.
Pero...
¿Por qué Sabaku Tsunayoshi era el indicado para tal encargo de bajo rango?
Porque la tarea se trataba de buscar algo en el desierto cercano, a una distancia máxima de cincuenta metros de la puerta de la aldea, y resultaba ser que el desierto era su hogar, era su territorio, era parte de él...
[...]
Mantenía su ojo izquierdo cerrado, ayudando al párpado del mismo a seguir cubriéndolo al apoyar los dedos índice y corazón de su mano izquierda delicadamente sobre el mismo, con ello podía conectar su capacidad óptica con un tercer ojo, hecho gracias a la capacidad única que su línea sanguínea le brindaba, para así ver lo que ese ojo, valga la redundancia, veía. La conexión con el tercer ojo se mantenía a pesar de la distancia de casi treinta metros que les separaba a ambos. El shinobi de Suna perteneciente al clan Sabaku, caminaba hacia el Este en busca del juguete perdido, al momento, el globo ocular flotante creado a raíz de la unión armónica entre la arena y el chakra de su, no muy expresivo, creador, buscaba el objetivo hacia el Oeste de la entrada de Sunagakure.
Había una cosa que le motivaba más que cualquier otra para resolver aquello lo más rápido posible y eso era el hecho de devolver una preciada pertenencia a su infantil dueña. Un juguete que, mientras para unos era inservible, para la pequeña hija del contratante del pelirrojo, no lo era. Era más que sólo un juguete, era un valioso tesoro que sus amados padres le habían regalado desde su nacimiento, o al menos eso le habían indicado al Gennin mayor de edad como dato para no desistir en caso de querer declinar por considerar aquello una pérdida de tiempo. Fuera como fuera, se había tomado todo aquello como algo personal. ¿Se sentía identificado con la pequeña, quizás? Claramente no tendría mucho sentido ya que la situación de ambos no se parecía en nada. Pero, obviando a la niña, el pelirrojo hacia aquello intentando ponerse en el lugar de la infante, sintiendo lo que esa niña sentía, pensando en ¿cómo estaría él, si uno de los pocos recuerdos materiales que aún poseía de sus amados progenitores se perdía?
Sin dudas haría todo lo posible por recuperarlos y por eso no había dudado en utilizar su mejor técnica de espionaje y búsqueda para completar su misión lo más rápido posible...
- Aquí estabas... - Susurró más para sí mismo que para alguien más, puesto que el inanimado juguete no podría escucharlo y mucho menos responderle, a menos que se encontrara en una de esas historias de terror que se solía contar de parte de los adultos a los niños para asustarlos en las noches de acampado en el desierto. Claramente, no estaba en un cuento, sino en la pura realidad. Quitó sus dedos de su ojo izquierdo y abrió el mismo, dejando que el tercer ojo, hallándose éste a exactamente veintisiete metros de distancia respecto al shinobi, se deshiciera y cayera en forma de muchos granitos de arena fina en el mar del mismo material hallado en el suelo. No necesitaba el tercer ojo más porque ya había visto en qué lugar estaba su objetivo. Poco más de diez segundos le llevaría llegar a su ubicación para tomarlo, quitarle el polvo al sacudirlo un poco y sonreír sin poder evitarlo. - Pronto estarás donde perteneces - Diría al juguete sin esperar respuesta nuevamente para, acto seguido, emprender su regreso a la aldea, directo al edificio principal de la oficina del Kazekage, lugar en donde posteriormente se le llamaría al contratante de los servicios del arenero para hacerle entrega del juguete perdido a la hija del mismo.
[...]
El ver su hogar oscurecido, normalmente le desanimaba bastante. Iluminarlo al encender las lámparas no le ayudaba a cambiar su estado de ánimo, pero ese día, al regresar, volvió a sonreír. Estaba feliz, contagiado de la misma felicidad reflejada en los pequeños ojos de aquella niña a la cual le había devuelto su amada muñeca, allí en la oficina del Kazekage, con los padres de la misma como testigos del buen trabajo del Gennin de la arena.
Sin dudas, otro buen trabajo que le permitía dar un paso más en su camino de vida elegido.
"La unión hace la fuerza" dicen. Mejor demostración de eso no podía haber que lo que se vivía día a día en el desértico territorio al suroeste del continente. Los aldeanos de Suna sabían que sólo apoyándose los unos a los otros era que iban a poder sobrevivir en tan limitantes condiciones. Estar en un país donde la producción de insumos era prácticamente nula así lo ameritaba. Pero gracias a la buena fortuna de todos en los arenosos paisajes, el señor feudal era astuto, el Kazekage un sabio estratega y los líderes de las aldeas pequeñas, para nada tontos eran. Por todo eso, el país del "desierto infernal", se conocía por ser un país comerciante, mercancía iba y venía día tras día, y su gran aliada, la principal aldea del país del Fuego, le apoyaba bastante bien en ello.
Era por todo ese trabajo en conjunto, que nadie en el territorio titubeaba para pedir ayuda a un aliado, más aún si de un paisano se trataba. Hasta los pedidos de ayuda más "insignificantes" eran escuchados, aunque claro, no todo favor debía ser gratis, ya que dependía mucho de quién lo realizaba. Contratar a un ninja para una tarea significaba dar a cambio un pago monetario. No se podía simplemente "debilitar" la aldea ocupándole a uno de sus valiosos ninjas por ir a bajar un gato de un árbol después de todo. Era por eso que casi siempre, para cuando tareas "absurdas" se presentaban, rápidamente eran tomadas como misiones del rango más bajo existente, cuya dificultad de resolución era sencillamente nula. Eran dadas a ninjas novatos, de bajo rango, jóvenes en inicio de su camino shinobi hacia la altura que posiblemente deseen alcanzar alguna vez. Claro que esas tareas, eran bastante útiles para que los Gennin ganasen experiencia en el campo laboral mientras ayudaban a los aldeanos y se daban a conocer.
Ese día en particular, un joven pelirrojo, cuya mayoría de edad recién alcanzada delataba su tardía estadía en el rango que poseía como ninja, se le había encargado una de esas misiones "insignificantes" que para muchos eran molestas, para muchos, si, pero no para el muchacho mencionado. El joven adulto, miembro del noble clan Sabaku de la aldea oculta entre la arena, ya tenía trazado un largo y riguroso camino ninja, uno que decidió seguir para sanar todas las heridas que su dañada alma y su agobiada mente poseían debido a los giros de la vida que le había tocado vivir. Eso sí, no se quejaba. Al contrario, mientras una parte de su mente se debatía en lo que alguna vez hizo mal y lo que pudo hacer bien, otra parte de su mente estaba centrada en la continua mejoría diaria. Era por eso que muy temprano, como de costumbre, había asistido al despacho del maestro Kazekage para recibir su encargo del día y realizarlo con una sonrisa en el rostro, bueno, sonriendo metafóricamente, ya que la expresión que literalmente mostraba a todos, hacía deducir que el chico no poseía emoción negativa o positiva alguna, mas que la serenidad absoluta. Tsunayoshi expresaba una paz y tranquilidad que ciertamente no poseía, pero que servía para engañar a cualquier enemigo y a la vez a sí mismo. Así al menos disminuía (o trataba de hacerlo) su dolor interno.
La tarea de ese día era todo menos difícil, quizás porque el rango bajo de la misma así lo exigía, pero la verdad era que habían elegido al mejor candidato para realizarla. Debía de buscar un juguete perdido, una muñeca que una pequeña niña había dejado olvidada a las afueras de la puerta principal de la aldea.
Pero...
¿Por qué Sabaku Tsunayoshi era el indicado para tal encargo de bajo rango?
Porque la tarea se trataba de buscar algo en el desierto cercano, a una distancia máxima de cincuenta metros de la puerta de la aldea, y resultaba ser que el desierto era su hogar, era su territorio, era parte de él...
[...]
Mantenía su ojo izquierdo cerrado, ayudando al párpado del mismo a seguir cubriéndolo al apoyar los dedos índice y corazón de su mano izquierda delicadamente sobre el mismo, con ello podía conectar su capacidad óptica con un tercer ojo, hecho gracias a la capacidad única que su línea sanguínea le brindaba, para así ver lo que ese ojo, valga la redundancia, veía. La conexión con el tercer ojo se mantenía a pesar de la distancia de casi treinta metros que les separaba a ambos. El shinobi de Suna perteneciente al clan Sabaku, caminaba hacia el Este en busca del juguete perdido, al momento, el globo ocular flotante creado a raíz de la unión armónica entre la arena y el chakra de su, no muy expresivo, creador, buscaba el objetivo hacia el Oeste de la entrada de Sunagakure.
Había una cosa que le motivaba más que cualquier otra para resolver aquello lo más rápido posible y eso era el hecho de devolver una preciada pertenencia a su infantil dueña. Un juguete que, mientras para unos era inservible, para la pequeña hija del contratante del pelirrojo, no lo era. Era más que sólo un juguete, era un valioso tesoro que sus amados padres le habían regalado desde su nacimiento, o al menos eso le habían indicado al Gennin mayor de edad como dato para no desistir en caso de querer declinar por considerar aquello una pérdida de tiempo. Fuera como fuera, se había tomado todo aquello como algo personal. ¿Se sentía identificado con la pequeña, quizás? Claramente no tendría mucho sentido ya que la situación de ambos no se parecía en nada. Pero, obviando a la niña, el pelirrojo hacia aquello intentando ponerse en el lugar de la infante, sintiendo lo que esa niña sentía, pensando en ¿cómo estaría él, si uno de los pocos recuerdos materiales que aún poseía de sus amados progenitores se perdía?
Sin dudas haría todo lo posible por recuperarlos y por eso no había dudado en utilizar su mejor técnica de espionaje y búsqueda para completar su misión lo más rápido posible...
- Aquí estabas... - Susurró más para sí mismo que para alguien más, puesto que el inanimado juguete no podría escucharlo y mucho menos responderle, a menos que se encontrara en una de esas historias de terror que se solía contar de parte de los adultos a los niños para asustarlos en las noches de acampado en el desierto. Claramente, no estaba en un cuento, sino en la pura realidad. Quitó sus dedos de su ojo izquierdo y abrió el mismo, dejando que el tercer ojo, hallándose éste a exactamente veintisiete metros de distancia respecto al shinobi, se deshiciera y cayera en forma de muchos granitos de arena fina en el mar del mismo material hallado en el suelo. No necesitaba el tercer ojo más porque ya había visto en qué lugar estaba su objetivo. Poco más de diez segundos le llevaría llegar a su ubicación para tomarlo, quitarle el polvo al sacudirlo un poco y sonreír sin poder evitarlo. - Pronto estarás donde perteneces - Diría al juguete sin esperar respuesta nuevamente para, acto seguido, emprender su regreso a la aldea, directo al edificio principal de la oficina del Kazekage, lugar en donde posteriormente se le llamaría al contratante de los servicios del arenero para hacerle entrega del juguete perdido a la hija del mismo.
[...]
El ver su hogar oscurecido, normalmente le desanimaba bastante. Iluminarlo al encender las lámparas no le ayudaba a cambiar su estado de ánimo, pero ese día, al regresar, volvió a sonreír. Estaba feliz, contagiado de la misma felicidad reflejada en los pequeños ojos de aquella niña a la cual le había devuelto su amada muñeca, allí en la oficina del Kazekage, con los padres de la misma como testigos del buen trabajo del Gennin de la arena.
Sin dudas, otro buen trabajo que le permitía dar un paso más en su camino de vida elegido.