Historia narrada por Sabaku Tsunayoshi —Miér Nov 06, 2019 12:04 pm
Varias semanas habían transcurrido desde la última vez que había pisado aquellas heladas tierras completamente ajenas a la calidez, en ocasiones sofocante, que se vivía en su país. No muy gratos recuerdos se había llevado de su participación en aquel evento organizado por la localidad, en donde ante la vista de su líder y centenares de compatriotas había dejado muy mal vista su representación a la Aldea oculta entre la Arena.
Se hallaba allí en aquella ocasión realizando un encargo shinobi, una entrega de un pergamino el cual portaba un mensaje desconocido para él pero de importancia media, lo suficiente como para significar, probablemente, un buen avance en las relaciones entre su aldea y la gélida población en la cual se encontraba. Realmente no estaba seguro de si aquel encargo mejoraría en algo las relaciones entre ambas aldeas, tampoco tenía idea de dónde se había metido su compañero de misión con el que había viajado hasta allí. Le había dejado esperando en el centro del mercado al Sabaku con la excusa de ir a buscar algo que se le había perdido, claramente el pelirrojo se había ofrecido a ayudarle pero el mismo no se lo permitió, argumentando que ya sabía dónde se encontraba tal objeto y que no tardaría nada. Tsunayoshi era paciente, sí, pero su acompañante se estaba tardando de más y no podía simplemente esperarlo toda la vida allí, recostado en uno de los muros de un negocio de comida.
Algo sí que había notado al llegar y era el ambiente del sitio, decorado en alguno que otro lugar con una temática un tanto, escalofriante. Algunas personas portaban máscaras del Shinigami. Otras vestidas con harapos y de rostros pintados con colores pálidos, simulaban ser alguna especie de "espectros". La festividad que en aquellas épocas se estaba llevando a cabo en su aldea, también se celebraba en la Aldea oculta entre la Nieve, al parecer. Muchas de esas personas fijaban su mirada en el pelirrojo sonrientes, el rostro de todo el que le mirase parecía observar algo grandioso que no se veía a diario, y es que sin notarlo, el Sabaku de grandes y marcadas ojeras había cambiado su apariencia lentamente desde que había llegado a aquella aldea junto a su acompañante, quien al verle y pensar que el arenero era alguna especie de demonio enviado por fuerzas divinas para castigarle por algún error cometido por el mismo en el pasado, no se lo había pensado mucho para salir corriendo de allí despavorido. Aunque las personas que le miraban maravillads lo hacían porque creían que no había disfraz mejor hecho que el suyo...
Sólo avanzó un par de pasos rumbo a ningún lugar por aquellas calles para terminar siendo "agredido" por algún desconocido. Avanzaría un paso hacia la dirección contraria del choque y voltearía a ver al descuidado que le había golpeado sólo para encontrar a una... ¿Chica? Mujer, disfrazada de una manera un tanto más realista que los demás.
- Me disculpo, no le he visto venir... - Diría el reptil felino de cabellos rojizos a la cornuda chica, realizando una reverencia a manera de disculpa y bajando la mirada brevemente para luego reincorporarse.
Varias semanas habían transcurrido desde la última vez que había pisado aquellas heladas tierras completamente ajenas a la calidez, en ocasiones sofocante, que se vivía en su país. No muy gratos recuerdos se había llevado de su participación en aquel evento organizado por la localidad, en donde ante la vista de su líder y centenares de compatriotas había dejado muy mal vista su representación a la Aldea oculta entre la Arena.
Se hallaba allí en aquella ocasión realizando un encargo shinobi, una entrega de un pergamino el cual portaba un mensaje desconocido para él pero de importancia media, lo suficiente como para significar, probablemente, un buen avance en las relaciones entre su aldea y la gélida población en la cual se encontraba. Realmente no estaba seguro de si aquel encargo mejoraría en algo las relaciones entre ambas aldeas, tampoco tenía idea de dónde se había metido su compañero de misión con el que había viajado hasta allí. Le había dejado esperando en el centro del mercado al Sabaku con la excusa de ir a buscar algo que se le había perdido, claramente el pelirrojo se había ofrecido a ayudarle pero el mismo no se lo permitió, argumentando que ya sabía dónde se encontraba tal objeto y que no tardaría nada. Tsunayoshi era paciente, sí, pero su acompañante se estaba tardando de más y no podía simplemente esperarlo toda la vida allí, recostado en uno de los muros de un negocio de comida.
Algo sí que había notado al llegar y era el ambiente del sitio, decorado en alguno que otro lugar con una temática un tanto, escalofriante. Algunas personas portaban máscaras del Shinigami. Otras vestidas con harapos y de rostros pintados con colores pálidos, simulaban ser alguna especie de "espectros". La festividad que en aquellas épocas se estaba llevando a cabo en su aldea, también se celebraba en la Aldea oculta entre la Nieve, al parecer. Muchas de esas personas fijaban su mirada en el pelirrojo sonrientes, el rostro de todo el que le mirase parecía observar algo grandioso que no se veía a diario, y es que sin notarlo, el Sabaku de grandes y marcadas ojeras había cambiado su apariencia lentamente desde que había llegado a aquella aldea junto a su acompañante, quien al verle y pensar que el arenero era alguna especie de demonio enviado por fuerzas divinas para castigarle por algún error cometido por el mismo en el pasado, no se lo había pensado mucho para salir corriendo de allí despavorido. Aunque las personas que le miraban maravillads lo hacían porque creían que no había disfraz mejor hecho que el suyo...
Sólo avanzó un par de pasos rumbo a ningún lugar por aquellas calles para terminar siendo "agredido" por algún desconocido. Avanzaría un paso hacia la dirección contraria del choque y voltearía a ver al descuidado que le había golpeado sólo para encontrar a una... ¿Chica? Mujer, disfrazada de una manera un tanto más realista que los demás.
- Me disculpo, no le he visto venir... - Diría el reptil felino de cabellos rojizos a la cornuda chica, realizando una reverencia a manera de disculpa y bajando la mirada brevemente para luego reincorporarse.