A
rribo al País del Agua. Sí, había pasado casi una semana desde que partió por las costas del Rayo hasta adentrarse al mar, todo con el único objetivo de llegar a un pedazo de tierra que llamaban la Isla Fronteriza en dicha nación. Sería, por primera vez, que dejaría atrás los parajes nevados de su tierra sólo para reunirse, en principio, con el mar hasta dar con las montañas del País de las Nubes, atravesarlas y nuevamente encontrarse con el vasto océano. Sin embargo, aquello no fue tan maravilloso cómo lo hubiera esperado en principio, dado que gran parte del viaje lo lidió entre mareos y vómitos por la falta de una superficie estable.
Era evidente su noviciado en tales transportes, siempre acostumbrado a pie o algún trineo que surcara los paisajes de su país. En más de una ocasión se llevó alguna que otra burla, a buen modo, de los marineros de la nave quienes entre consejos y algún que otro brebaje, le ayudaron a sobrellevar ese primer viaje cuyo mar había recibido más alimentos de lo normal. Uh, asqueroso. No obstante, casi al final de semejante odisea para el más endeble de los Uzumaki, se pudo acostumbrar sutilmente cómo para caminar por los pasillos sin tambalearse, o siquiera disfrutar las últimas vistas del infinito lienzo azul bajo el navío. Y fue en una de esas, en el último día, que el pelirrojo en su camarote había escuchado unas palabra sueltas y casuales sobre tierra a la vista. Era el momento, y con la presteza de su clase, se preparó con una rapidez envidiable.
Sus pasos pronto abandonaron el habitáculo y lo lanzaron a la cubierta del barco, en donde una luz de incipiente amanecer comenzaba a surgir del oriente tras siluetas que se alzaban sobre la superficie oceánica. Eran unas montañas isleñas, de baja altitud a comparación del país norteño. No obstante, más adelante, se podía divisar contornos más pequeños que cada vez cobraban nitidez y color confirme ellos se acercaban y la luz del sol irradiaba.
Un rostro de satisfacción se mostró en la cara del pequeño bermellón, con aquellos ojos ambarinos que brillaban entusiasmados. Una isla, la primera vez que vería una que no fuera en un libro de su país, retratada únicamente con tinta negra en una hoja vieja.
Es distinta, completamente. - Anonadado, parecía querer empezar a dibujar lo que veía. Y de hecho tuvo tiempo para empezar con un bosquejo, ya apenas en los últimos minutos que le quedaban. Y así, casi media hora después, las costas del País del Agua fueron golpeadas por las pequeñas olas de un crucero atracando en su territorio. La pasarela dio inicio al despliegue de los tripulantes civiles, y entre ellos el shinobi que casi era engullido por los más adultos mientras descendían. Su metro setenta y algo no era suficiente para mirar por encima de la gente, mas cuando pisó suelo al fin pudo respirar con mayor libertad. - Veamos, antes de comenzar con la misión, me han pedido que podría enseñarle algunos trucos a mi compañero... uhm. Esto de ser medio popular por el torneo ya empieza a ser un problema.
Una nota mantenía en su mano, y en ella las indicaciones sobre la hora y el lugar a encontrarse con su colega. Era allí, justo sobre ese momento, aunque el barco había tenido un pequeño retraso.