No suelo hacer esto pero escuchaba esta obra mientras escribía y me inspiró. Escúchenla, denle al menos 1 o 2 minutos. Muchas gracias
[size=38]Antiguos Caminos[/size]
Como miles de jóvenes en aquel continente, Edras era un huérfano más, con una dramática y, por desgracia, típica historia a sus espaldas. Desde que su tío y maestro falleciera hacía un año, había dedicado su vida al entrenamiento con la esperanza de poder algún día convertirse en Chunnin y trabajar en la capital a decenas de kilómetros de su pequeña aldea, en la que además ofrecía servicios.
El pueblo, de apenas 100 habitantes, se situaba peligrosamente cercano al Desierto Infernal, rodeado por sus ardientes mares de arena y sus fantasmagóricas formas rocosas. Debido a la hostilidad y crueldad de estas tierras, la aldea apenas requería protección alguna ya que no mucha gente llegaba allí voluntariamente, y quien lo hacía no solía albergar ambición alguna más allá de la soledad o la muerte. Por ello el de Edras suponía el único, de entre toda una serie de gremios, que se dedicaba al servicio y protección, recayendo sobre él toda una serie de tareas y responsabilidades, en ocasiones de lo más mundanas.
Tanto era así, que un una ocasión, tras secarse el pozo principal del poblado, encargaron a Edras la honrosa e irreal labor de encontrar una fuente de agua en el desierto más árido de cuantos existen. Edras, frustrado e impotente tuvo la suerte de recibir consejo de uno de los sabios de la aldea.
— ¿No irás, joven Edras, a buscar en vano por entre las dunas cual forastero perdido, esperando encontrar un pozo, un lago o un mar dispuesto ante ti?—dijo jocoso el anciano—Nuestros antepasados y los de estos, no construyeron aquí sus pueblos, aldeas y ciudades debido a un inusitado gusto por el caluroso clima. Bajo tierra, a cientos de metros, a veces a más, corre un lago subterráneo, atrapado entre la roca y... la roca. Alimentado por lluvias caídas a cientos de kilómetros, su agua llega desde lejos y se filtra a su paso por los infinitos granos del desierto, hasta quedar atrapada entre la roca y la... bueno, ya sabes.
Edras, en pie, respetuosamente, escucha una historia que su tío solía contar. Y, sin tiempo para hablar, sigue escuchando.
— Existen muchos accesos a ese agua, muchacho, la mayoría desconocidos. Hace tiempo, más del que un hombre puede recordar, cuando nuestro pueblo ocupaba hasta más allá de la duna roja, nos abastecíamos de un manantial, uno cercano al camino de monolitos que lleva a las ruinas. Yo, de ser tu, probaría suerte por allá. El camino estará oculto por la arena y las rocas, pero verás signos, síguelos.
El joven, que había aprendido de forma dramática el respeto por los ancianos, así hizo. Tomó su equipo y marchó a primera hora de la mañana siguiente, cuando el cielo se enciende en añil y las dunas parecen hechas de una cerámica perfecta.
Su melena, blanquecina como la arena más clara del desierto, se agita con el viento helado, que parece huir del calor del sol y su ascensión imparable. Observa los extraños tonos que va adquiriendo el sin fin de las dunas según avanza hacia ellas.
Hay una unión entre lo bello y lo cruel en el paisaje, que le resulta macabra y hechizante.
Nadie en el poblado parece despertar. Como si Edras hubiera iniciado su viaje en una hora fantasma, para la cual no existe el tiempo y todos durmieran aún en una mortecina pausa bajo una mortecina luz.
Avanza despacio. Es evidente que en aquellas tierras existe el agua, pues la humedad ha cristalizado la superficie de la arena y cruje bajo los pies como si de nieve se tratase. Pronto, cuando el sol desate su irrebatible juicio, no quedará signo alguno de este fenómeno.
El viento comienza a calentarse mientras Edras camina entre las rocas rojizas que empiezan a elevarse. La senda se aleja del poblado y como advertencia o recuerdo, las rocas aumentan en altura.
Tras adentrarse por más de 2 horas en el camino el joven comienza a sentir un irracional temor. El sol no parecer haberse elevado. La luz, neutra y pálida, se mantiene tal y como amaneció. Un sudor frío recorre su espalda y sus sienes.
La senda, continúa impertérrita por kilómetros y kilómetros. Las rocas a los lados ganan tal altura que son ya monolitos, creciendo más a cada paso. Columnas de decenas de metros que guían la vista hacia un corredor sin final visible. Y al fondo, entre dunas una forma oscura y negra parece desdibujarse en la arenosa atmósfera. Los ojos de Edras se posan allí y amenazador como una sombra extraña, un cubo negro de decenas de metros de altura asoma por unos instantes antes de desvanecerse.
Edras despierta de golpe. Su cama; deshecha como si hubiera peleado contra ella. Y su cuerpo empapado en sudor.
—Una pesadilla.–piensa alterado.
El joven mira por una pequeña ventana. Está amaneciendo en un extraño tono añil.
Se viste rápidamente. Come algo intentando olvidar el sueño. Y se marcha recordando las palabras del anciano acerca del manantial.
Más tarde, en el camino que sale del poblado a unos minutos de distancia, comienza a ver una hilera de rocas que crecen a cada lado de la senda.
Un seto verde y prominente lo distrae. Se acerca a él y tras éste ve lo que parece una pequeña entrada a una esférica cueva iluminada por agujeros en el techo y dentro un sonido de agua que corre. El manantial, ahí estaba.
Llenó una bolsa de cuero con agua y se dirigió de vuelta al pueblo para avisar del hallazgo, no sin antes mirar de nuevo al camino extraño, que se aleja, kilómetros y kilómetros hasta perderse en una nube de arena, entre la que, por unos segundos, le parece vislumbrar una figura negra y descomunal.