Cuando se trataba de expertos, en lo que era vivir en constante exposición a los desastres que la naturaleza circundante les regalaba sin razón aparente, los habitantes de la gran aldea oculta del País del Viento probablemente eran los más capacitados. De todos los grandes y pequeños países, aquellas áridas tierras, cubiertas desde cada extremo por un mar de arena que desesperaría a cualquier viajero no acostumbrado a su casi infinita presencia, no sólo dificultaban la vida sobre la misma a aquellos valientes que decidieron residenciarse en ellas por el simple hecho de limitarles en una gran medida, la obtención de recursos tanto de primera necesidad para la vida, como para sustentar el mantenimiento de tan grande población, sino que, por si fuera poco, usualmente les presentaba complicaciones; solía retarlos a incesantes pruebas de supervivencia, de trabajo en equipo y de ingenio, sólo para saber si en verdad eran dignos de llamarse "los pobladores de aquel hermoso mar de arena".
Resultaba sencillo ser atrapado por una poderosa tormenta de arena al estar entrenando en los correspondientes y extensos campos de la aldea designados para tal función, cubiertos en varias partes por escombros, ruinas y restos de rocas de variados tamaños, evidencias dejadas por el desierto mismo, luego de haber destruido mediante un arrebato de cólera alguna parte de la aldea al considerar necesario un castigo para la misma.
Eran esos detalles los que hacían a quienes sabían afrontar y superar dichas pruebas, unos verdaderos expertos en lo que a vivir en situaciones extremas se refería. Claro que había competencia... Los habitantes del gélido País del Hierro decían "presente" en dicho enfrentamiento de capacitación de vida al límite. Pero era eso, la costumbre y la fuerza de voluntad para afrontar cada reto, encontrar la mejor solución posible a tal obstáculo y superarlo con la cabeza en alto, orgullosos de pertenecer a aquellas tierras y llamar aquel poblado, su hogar.
Tsunayoshi no era alguien precisamente muy experto en el tema. No había sido partícipe de la colaboración con los demás residentes al prestar apoyo contra algún desastre sufrido. Tampoco le había ocurrido algo parecido a él, la naturaleza sofocante y seca a su alrededor no había considerado que fuera necesario aun presentarle alguna prueba de supervivencia al arenero muchacho pelirrojo.
La única y verdadera prueba que había tenido que afrontar, se la había presentado sin previo aviso la vida misma, dando un fuerte golpe tanto a su mente como a su corazón y sin anestesia siquiera. La pérdida familiar había dejado un increíble vacío en el corazón del controlador de minerales áridos. Poco a poco había logrado recuperarse en ligeras medidas de aquel duelo que parecía ser eterno tras el fallecimiento de quienes le dieron el regalo de la vida, pero aún así...
Se le había dado la encomienda aquella mañana de prestar apoyo en el despeje de una gran cantidad de arena que había inundado algunas de las casas halladas en la parte más baja de la aldea. Como siempre, no resultaba ser una tarea que significase un gran impacto de importancia absoluta en cuanto a asuntos shinobis se trataba, pero esa parte de la aldea le necesitaba y obviamente ayudaría, siempre prestaría su apoyo a aquel poblado, siempre levantaría sus armas en contra de aquel que intentase dañar a algún compatriota, siempre protegería su aldea aunque fuera aquello una mera ilusión de un Gennin sin más razones de vida que la herencia del deber dejada por sus padres y aceptada por él mismo.
No tardó mucho en llegar al lugar de los acontecimientos, principalmente porque cada entrenamiento que realizaba a diario le estaba brindando de una condición física notablemente mejorada. Su velocidad así como su resistencia habían mejorado considerablemente. Bastante satisfecho (aunque sólo por los momentos) estuvo al darse cuenta de ello.
Una vez en el sitio, notó que varios residentes se encontraban ya en la labor de despejar la arena del lugar que poco a poco causaba que las estructuras se agrietaran debido a la presión natural ejercida por la misma a causa de su peso. Logró contar a cinco hombres y ocho mujeres, quienes con cubetas y palas se hallaban sacando arena de, probablemente, sus respectivos hogares. No perdió tiempo y entró en escena...
Alzó su mano provocando que el tapón de su calabaza saliera disparado al aire en dirección al cielo, siguiéndolo de cerca la exteriorización del contenido arenoso de aquel recipiente formado por minerales del desierto mezclados con su chakra. Sin tomar forma pero estirándose un poco y comprimiéndose lo suficiente para que su objetivo no la traspasara, parte de la arena de la calabaza salió en busca de aquel corcho de goma, atrapando el mismo que caía luego de unos segundos frente al Sabaku, a unos dos metros delante del mismo. Luego de recibir el tapón de su contenedor arenoso, el pelirrojo guardó el mismo en su chaleco y se dispuso a realizar la labor por la cual se le había enviado a aquel sitio en primer lugar.
No lo notó, al momento, pero justo cuando empezaba a caminar rumbo a la primera casa, su apariencia sufrió un cambio bastante drástico. Su boca y nariz se alargaron un poco, adquiriendo la forma de un hocico. Sus pupilas se afinaron, su piel se volvió escamosa y verde, sus dedos fueron unidos a través de membranas que seguramente serían más útiles al nadar, algo no muy probable en un desierto. Afilados colmillos y ligeramente extensas garras desarrolló, terminando así por convertirse en una especie de tigre reptil humanoide.
Detuvo su andar al hallarse a unos seis metros frente a aquella primera casa elegida para ser liberada de su prisión de arena. Realizando los correspondientes sellos manuales, el Sabaku envió dos grandes porciones de arena desde el interior de su calabaza en dirección a los lados de la casa ante él. Ambas porciones de arena terminaron formando dos grandes brazos de cinco metros de altura y un metro de grosor, cuyas manos no tardaron absolutamente nada en comenzar a tomar grandes porciones del mar arenoso que cubría la estructura de arenisca depositándola en una zona más despejada de las viviendas, hallada a seis metros más adelante de la posición actual de la casa. Planeaba conservar dicha arena para que los albañiles de la aldea la aprovecharan y usaran como material de construcción para nuevas casas y claro, para reparar las que se estaban despejando. Poco a poco, con el pasar de los minutos la arena fue siendo removida de los alrededores de aquella casa, dejando sólo una insignificante capa de la misma sobre las paredes de aquel hogar y seguramente un poco adentro al colarse por sus ventanas, nada que los residentes de la estructura no pudieran limpiar en poco tiempo sin complicación alguna luego.
Claramente cuando las personas le vieron llegar, antes de despejar la primera casa, salieron corriendo en busca de ayuda. Para cuando se dirigía a la segunda casa, logró oír la llegada de personas al lugar momentáneamente abandonado y en el cual por esos momentos sólo se hallaba él. Volteó un par de segundos para notar la presencia de las mismas personas que al principio se hallaban despejando en muy leves porciones dicha arena perjudicial, acompañadas de un shinobi de la aldea al cual reconoció de inmediato.
- Sensei... - Le dijo en acto reflejo al verle.
- ¿Tsuna? Me pidieron ayuda para acabar con un monstruo, pero... - Sesshomaru le miró de pies a cabeza luciendo un tanto confundido. - No creí que fueras tú - Aquello último lo dijo intentando ocultar su risa.
El Sabaku levantó una inexistente ceja. No lo comprendió hasta que miró bien sus manos - Maldición, de nuevo esto... Sensei, ya después se hablará sobre esta cosa que me ocurre ocasionalmente, por ahora debo continuar alejando la arena de estas casas -
- En ese caso necesitarás ayuda, ¿no? - El Senju miró a sus acompañantes. - ¿Qué esperamos? Debemos ayudar al chico, vamos, que sólo está usando la técnica de transformación debido a estas épocas, ya saben... No es ningún monstruo - Al volver a mirarle, el Sabaku notó cómo el creador de vida vegetal le mostraba el pulgar hacia arriba sonriente. Asintió hacia el adulto y procedió a movilizar sus brazos gigantes de arena rumbo a la casa vecina, hallada a cinco metros a la derecha de la primera, continuando así su encargo al quitar porción por porción de aquella arena ajena a su control de aquel hogar usando sus enormes creaciones áridas que sí estaban bajo el control de su chakra.
El Senju no perdió tiempo y procedió a juntar sus manos en un único sello manual, creando con ello un par de clones de madera bastante similares en apariencia al mismo. El trío de Senju's procedieron a extender sus brazos, creando desde los mismos varios pilares lignarios que se juntaron formando unas especies de "palas" de madera cada uno de manera individual con las cuales empezaron a remover la arena que cubría a una tercera casa.
Los aldeanos, no queriendo ser menos y entendiendo que aquel par de shinobis lo que deseaban era prestarles su apoyo, sobretodo el monstruoso reptil felino controlador de arena, rápidamente se equiparon con palas y cubetas para dirigirse todos juntos hacia una cuarta casa y trabajar en el despeje de la arena de la misma, de esa forma acabarían más rápido al trabajar todos juntos en una a la vez.
Lentamente pero de manera efectiva la arena que cubría los hogares afectados por la furia del desierto iba siendo removida por el esfuerzo de aquel grupo de contribuyentes apoyados por el par de shinobis de diferentes rangos pero de igual voluntad. Eran aproximadamente las 8:20 am, para antes del mediodía, muy probablemente terminarían aquella labor de continuar así.
Efectivamente, cerca de las 12:00 pm llegaban los albañiles para reparar los desperfectos de aquellos hogares, siendo apoyados por los cansados lugareños quienes sacaban fuerzas de donde no las tenían, así como también por el arenero pelirrojo y el ojiescarlata usuario de técnicas arbóreas.
Ya fuera formando bases de arena para los trabajadores y sus materiales, como sirviendo de soporte para los pedazos de estructuras que debían de sostenerse en su lugar mientras el trabajo de reparación sobre las mismas se llevaba a cabo, Tsunayoshi movilizaba su arena para tales fines, quizás no laborando directamente en el trabajo de recuperación de la edificación pero sirviendo de ayuda para cuando se requería de la misma y vaya que así era...
[...]
Al ver que todas las casas habían sido libradas de aquel manto arenoso que lentamente dañaba sus estructuras y también recuperadas prácticamente en su totalidad del daño recibido, el Sabaku pudo respirar aliviado, satisfecho por un trabajo bien hecho y agradecido por la ayuda recibida tanto por los residentes del lugar y los trabajadores de reparación, así como también por aquel Jounnin que ejercía labor como shinobi de la aldea, también siendo su Sensei en el equipo 3 del cual formaba parte el arenero. Anuló su técnica de brazos de arena y la de suspensión del desierto con la que había removido gran parte de los minerales perjudiciales ajenos a su control y apoyado en la reparación de las casas a los albañiles, respectivamente, haciendo que dicha arena en su control regresara a su calabaza, lugar donde dicha materia mineral del desierto infundido en chakra del pelirrojo reposaba esperando las órdenes del mencionado. Colocó de vuelta el tapón de goma en la boquilla de su calabaza para asegurar la contensión y el buen transporte de su más poderosa arma sin perder ni un sólo grano de la misma. Realizó una reverencia hacia el Senju a su lado, quien sonriente veía el resultado de su trabajo, fijándose luego en lo que hacía el Sabaku.
- Gracias por su ayuda, sensei -
- ¿De qué hablas, muchacho? Es gracias al trabajo en grupo que se logró esto. Buen trabajo... - Respondió el castaño pelirrojo hacia el joven de marcadas ojeras antes de mirar hacia todos los residentes que cansados se hallaban tirados en el suelo frente a ellos. - A todos... -
Tsunayoshi asintió. Quizás habría sido poco tiempo pero recordó ese sentimiento que le invadió al verse apoyado por aquellas personas. El trabajo en equipo...
- Bien pensado el dejar la arena extraída cerca. Sirvió bastante bien como material aprovechable para los albañiles -
El Sabaku volvió a asentir.
- En ese caso, me retiro. De nuevo, le agradezco, sensei -
Tras notar el pulgar arriba del Senju y oír el agradecimiento de algunas de las personas que descansaban ante ellos, el pelirrojo emprendió su camino de regreso al despacho del Kage, dispuesto a reportar su trabajo realizado y tratar de ver si se podía trabajar en la "cura" de lo que fuera que le estuviera afectando y causando sus cambios tan desagradables de apariencia...