Un hombre adusto, alto y fornido cruza el terreno que separa a Edras de un reencuentro no deseado.
Sus cabellos del color de la arena más clara del desierto adelantan una información fundamental para cualquier observador agudo.
Edras, que practica taijutsu contra lo que en otro contexto debió ser el pilar de una casa, lo observa de reojo, impasible pero sin lograr ocultar su reacción en la dureza de los golpes siguientes.
El terreno entre ambos se acorta en un instante y una voz reverberante ocupa el amplio lugar:
—Veo que por fin te has atrevido a subir hasta la capital...—espetó el hombre con una severidad inapropiada.
Edras dejó de golpear la superficie pétrea a tiempo para no dañar sus manos. Se agitó el polvo de la ropa y se acercó hasta su equipo para tomar algo de agua de su bota de cuero.
— ¿A qué has venido?—preguntó Edras.
El hombre, enfurecido agarró al muchacho por la camisa con una fuerza desmesurada, empujando su cuerpo contra la roca que quedaba tras él a la altura de sus omóplatos.
—¡No te dejé con mi hermano en aquel pútrido poblado por nada! —gritó, alzando la voz por encima de cualquier otro sonido en el lugar— ¡Vas!.. Vas a coger tu equipamiento, tus pretensiones y volver allí de donde saliste. ¡No interferirás en mis asuntos en la capital!
El alboroto atrajo la atención de los grupos que entrenaban a cierta distancia en otra planicie. Un instructor, de rango Jonnin, se acercó, alarmado por la violencia de la escena.
— Edras ¿Te causa algún problema este hombre?—preguntó cordial— Haga el favor de soltar al joven.
El instructor se acercó más aún e hizo el ademán de agarrar el brazo del hombre enfurecido.
Éste reaccionó rápidamente. Soltó al muchacho y tomó el brazo del instructor a la vez que con el opuesto sacaba un cuchillo extraño y grande de sus lumbares. Tiró del brazo buscando acercar el cuerpo del Jonnin para golpearlo en su trayectoria con el codo, pero el instructor se desenvolvió con una maniobra defensiva de taijutsu, demostrando que su rango no era en absoluto simbólico. A continuación tomó distancia, colocándose en una postura defensiva.
—No sé quién es usted, pero está cometiendo un grave error—dijo el instructor algo alterado, pero firme y rectamente.
—Es mi padre—aseveró Edras— Le pido que se retire, Sesshomaru sensei. Este hombre es peligroso.
La cara del instructor era una mueca de desconcierto y frustración absoluta. Prácticamente tartamudeando con sus movimientos, retrocedió unos pasos. Se había quedado sin palabras. No esperaba aquella respuesta de alguien en la situación de Edras, quien estaba siendo amenazado.
—Estaré por aquí, cerca—dijo perturbado mientras se alejaba.
Durante unos instantes, el tiempo se pausó. El padre de Edras guardó el cuchillo, y encendió un cigarro.
Desde hacía años había pertenecido a una de las organizaciones criminales más serias y peligrosas del País. Con el desorden de la guerra su existencia había pasado desapercibida. Muertos en las calles, robos, extorsiones. Apenas existía fuerza alguna que tuviera tiempo o miembros para dedicarle atención a algo que parecía consecuencia inevitable de un conflicto global.
Sin embargo, en los últimos años su perfil activo comenzó a tornarse bajo y discreto debido a la llegada de la calma. Los agentes del gobierno comenzaron a ocuparse de los asuntos internos con mayor dedicación, y cualquier acto ilegal o criminal destacaba ya entre la paz de una sociedad recuperada y organizada.
La preocupación de Nedral, el padre de Edras, por su actividad y las consecuencias de la misma toparon con su límite ante aquel nuevo contexto. Consciente de la debilidad que suponía un hijo, lo abandonó en su pequeña aldea de orígen. Un reducto aborigen en los límites del Desierto Infernal.
El cigarro de Nedral se iba ya consumiendo, y centelleaba icandescente entre las sombras de la noche incipiente.
—Si vas a quedarte aquí, no quiero verte, no somos familia, no seré tu padre—dijo con una frialdad que escondía emotiva contención— Si algún día sabes de mi será porque los perros del gobierno con el que colaboras habrán dado conmigo y quedará de mi un cadáver más que olvidar.
Edras, sostuvo su azulada mirada en los azulados ojos de su padre. Sin decir nada. Sin reaccionar. Como había sucedido todos aquellos años atrás.
Nedral tiró el cigarro todavía encendido a la arena cubierta por la sombra de la noche y se marchó, desapareciendo entre las dunas como si siguiera un camino que nadie más podía ver.
Dejando escapar una gran cantidad de aire contenido y comprimido en su pecho Edras rompió a llorar, sentándose apoyado en la gran roca, con la cabeza gacha y los brazos en las rodillas.
Pasado un rato, el instructor se acercó precavido. Edras ya no lloraba, pero parecía afligido sobremanera.
—Debes hacerte fuerte Edras—dijo Sesshomaru acercándose más y sentándose cerca sobre una roca— Con un padre así la debilidad es un riesgo.
Edras, como de costumbre, apenas hablaba, si no era realmente necesario.
La luna se había alzado no hacía mucho, y el desierto comenzaba a tomar la coloración que tanto gustaba a Edras. Un azul pálido y místico que evidenciaba los aspectos más primitivos del desierto.
—Sois Gendo ¿verdad?—preguntó el instructor con cierto tacto.
Los Gendo fueron una etnia complicada en la historia de Sunagakure. Su negación a rendirse a las normas y cultura de la capital los llevó a ser exiliados a los límites del Desierto Infernal, de donde habían surgido originalmente. La etnia había destacado siempre por su irreverencia, sus técnicas y formas de combate astutas, y por su mal carácter a la hora de relacionarse con otras culturas.
Su grupo fue reduciéndose durante los últimos años, hasta quedar repartido en pequeñas poblaciones al borde de la desaparición.
Por aquella razón Edras no se sentía muy ligado a sus orígenes. Apenas pasaba tiempo reflexionando sobre aquello. Simplemente se dedicaba a avanzar sorteando todos aquellos obstáculos que le daban pereza y sobrepasando aquellos que no podía evitar.
La temperatura comenzaba a ser preocupantemente fría en aquella noche.
Edras se levantó.
—Sí, somos Gendo—dijo evitando centrarse más en aquello—Y ahora, deberíamos irnos, o la helada nos alcanzará.
Ambos tomaron el camino de vuelta al interior de la ciudad, justo el opuesto al deNedral. Edras vivía ahora con su recién formado equipo, el Equipo 3, del cual Sesshomaru era maestro. Su vida en la ciudad había tomado un rumbo adecuado. Solo esperaba no cruzarse más con aquel hombre de blanquecinos cabellos y fría mirada.