Pocas veces se había sentido tan honrado. De hecho, creía nunca antes haberse sentido tan importante como en esos momentos. Instantes en que recibía una carta en la cual se le hacía un llamado para asistir a la oficina del Kazekage, habrían sido emocionantes, si, pero toda su ilusión se esparciría por todo su ser, cuando al estar frente a su admirado líder de aldea, el mismo le indicase que él, Sabaku Tsunayoshi, había sido seleccionado para participar, junto con otros Gennin de la aldea, en un tradicional torneo entre las grandes naciones, representando el poder actual que la nueva generación shinobi de la aldea oculta entre la arena poseía.
Se sentía bastante bien consigo mismo. Entendía que con ello, no estaba haciendo mal su trabajo como ninja y que quizás, tan sólo quizás, significaba eso que su progreso empezaba a ser real, a ser notable no sólo para él sino para los aldeanos que, pocos pero existentes, ya le conocían por sus previas tareas realizadas para los mismos y que de camino a casa, le habían saludado alegremente.
Claro que, una responsabilidad de tanta magnitud, no podía tomársela a la ligera y pensar que lo tenía todo bajo control. Para nada. Él no era así. Nunca daba nada por sentado y menos aún algo tan importante como el ser un representante de su hermosa y amada nación ninja. Era por eso que ese mismo día siguiente, partía muy temprano directo hacia el campo de entrenamiento, a sabiendas de que todos los Gennin se hallaban durmiendo, preparándose para un día más de misiones, o sencillamente en plena labor ninja, lo que le dejaría el campo para él solo y con ello, comodidad total para entrenar arduamente hasta el cansancio. Poco menos de una semana le quedaba para prepararse y no tenía forma de contener sus ganas de superación...
Una vez había llegado al sitio de entrenamiento preparó su arena especial, esparciéndola a su alrededor al liberarla de su prisión en el contenedor del mismo material llevado en la espalda por el Sabaku. Su buen control con el manejo y moldeo de chakra en el estado más puro, le permitía no sólo dominar su naturaleza elemental de liberación de viento, sino que, yendo más allá de las capacidades generales que prácticamente todo ninja poseía, le permitía hacer uso de una habilidad hereditaria de línea sanguínea que pocos miembros del clan realmente lograban desarrollar. El control sobre la arena le brindaba una gran versatilidad en el campo de batalla en cuanto a control de terreno se refería. ¿Qué mejor que un ninja con la capacidad de controlar arena estando en medio de un desierto para definir el dominio del terreno existente?. El material granulado y seco era rápido, fuerte, resistente y muy preciso. No fallaba casi nunca en su labor defensiva principal, mejor aún, bastante bueno era como arma de ataque para el ninja pelirrojo, que ya comenzaba a darle uso al realizar una rápida (lo máximo que su capacidad actual le permitía) cadena de sellos manuales para que, así, parte de su material árido empezara a cubrir sus pies, subiendo lentamente por sus piernas, llegando a sus muslos y continuando un permitido recorrido hasta el pecho del arenero, pasando por los brazos, cuello y finalmente el rostro (y con ello, toda la cabeza) del muchacho de ojos color turquesa. Su armadura de arena estaba lista, completa, adherida a su cuerpo, desapareciendo su obvia apariencia hasta volverse exactamente igual del color de cada parte de la humanidad del Sabaku para así convertirse en una segunda piel y vestimenta. Un recubrimiento invisible que le protegería de cualquier tipo de impacto, reduciendo la potencia dañina del mismo y a la vez asegurando que el bienestar de su maestro se mantuviera lo mejor posible.
Claro que, si no había enemigo qué enfrentar, de nada servía la armadura de arena. Sin embargo, mantenerla no sólo consumía chakra al usuario, sino que el mismo debía de encargarse de tener un buen control del mismo así como gran concentración para seguir manteniendo el duro recubrimiento en su lugar y a la vez realizar cualquier otra acción que desease. De eso se trataba entrenar, de crearse dificultades para superarlas sin el peligro que resultaba hacer aquello en pleno combate contra algún enemigo.
Sonrió ante la adversidad que posiblemente (y muy probablemente) se iba a tener que enfrentar en el dichoso evento ceremonial que se celebraría muy pronto y al que pensaba asistir no sólo para dar otro gran paso en su camino ninja, sino también para mostrar al mundo que él, un Sabaku cualquiera de Sunagakure, algún día sería un poderoso shinobi, de vital importancia para su nación. Quería dejar bien parada a su villa ante todas las demás aldeas, por eso deseaba estar a la máxima capacidad posible. Los muñecos de práctica que yacían a su alrededor serían entonces sus enemigos de turno. inmóviles ante el arenero, los oponentes de madera le "miraban" tranquilamente a la espera de que el shinobi de cabello color rojo ladrillo hiciera su primer movimiento, uno que no sería otro más que la realización de más sellos manuales, que desencadenarían la creación y el posterior lanzamiento de unas pocas Shurikens hechas completamente de arena desde su cuerpo, menos filosas que las comunes estrellas ninja hechas de acero, pero cuya potencia originada en su fuerza centrífuga, les volvía una verdadera arma de cuidado y precaución. Disparadas hacia el frente, el primero de los cuatro enemigos lignarios sufría un mortal golpe en el pecho, dejando las marcas hundidas de los proyectiles ahora clavados en el lugar.
El rápido control ejercido por el muchacho en su material atacante, defensivo y suplementario, le permitió rodear a un segundo enemigo arbóreo con los mismos granos finos del terreno, para terminar aprisionándolo, cerrando su puño derecho y apuntando dicha mano en dirección del, ahora, flotante bulto de arena, prisión en la cual se hallaba su objetivo.
- Ataúd de atadura de arena - Por alguna razón que no se explicaba bien, le gustaba esa técnica por sobre todas las que poseía en su repertorio. Quizás porque representaba perfectamente lo que el furioso desierto le podía hacer a todo aquel osado e imprudente aventurero que se atreviese a intentar cruzar sus infernales parajes sin tomar precauciones para ello. O tal vez porque dentro de él se hallase una personalidad sádica y malvada...
Río por lo bajo y negó con la cabeza, desechando ese último pensamiento al instante. Él no era alguien malvado, no se consideraba así. ¿O si?
Realmente, saber si era alguien bueno o malvado no dependería de él, sino de las acciones que tomara a futuro y de allí en adelante, sus acciones no serían únicamente para lograr seguir evolucionando, sino para conseguir que su amada nación brillase como lo hacía diariamente, ante el hermoso resplandor del astro rey.
- Que venga el siguiente... - Diría entonces fijando su nuevo objetivo y lanzando su arena para continuar su práctica una que lejos de terminar pronto, apenas estaba empezando...
[...]
El cuarto muñeco de madera sufría un inexistente dolor generado por una perforante esfera de viento que tan rápido como fue despedida de la mano del arenero, le atravesó el pecho arbóreo al enemigo inanimado dando con ello por terminada la primera sesión de entrenamiento de esa mañana con una rara sonrisa de satisfacción en la cara del inexpresivo pelirrojo.
Quizás el Sabaku, muy en el fondo, sí era algo malvado...
Se sentía bastante bien consigo mismo. Entendía que con ello, no estaba haciendo mal su trabajo como ninja y que quizás, tan sólo quizás, significaba eso que su progreso empezaba a ser real, a ser notable no sólo para él sino para los aldeanos que, pocos pero existentes, ya le conocían por sus previas tareas realizadas para los mismos y que de camino a casa, le habían saludado alegremente.
Claro que, una responsabilidad de tanta magnitud, no podía tomársela a la ligera y pensar que lo tenía todo bajo control. Para nada. Él no era así. Nunca daba nada por sentado y menos aún algo tan importante como el ser un representante de su hermosa y amada nación ninja. Era por eso que ese mismo día siguiente, partía muy temprano directo hacia el campo de entrenamiento, a sabiendas de que todos los Gennin se hallaban durmiendo, preparándose para un día más de misiones, o sencillamente en plena labor ninja, lo que le dejaría el campo para él solo y con ello, comodidad total para entrenar arduamente hasta el cansancio. Poco menos de una semana le quedaba para prepararse y no tenía forma de contener sus ganas de superación...
Una vez había llegado al sitio de entrenamiento preparó su arena especial, esparciéndola a su alrededor al liberarla de su prisión en el contenedor del mismo material llevado en la espalda por el Sabaku. Su buen control con el manejo y moldeo de chakra en el estado más puro, le permitía no sólo dominar su naturaleza elemental de liberación de viento, sino que, yendo más allá de las capacidades generales que prácticamente todo ninja poseía, le permitía hacer uso de una habilidad hereditaria de línea sanguínea que pocos miembros del clan realmente lograban desarrollar. El control sobre la arena le brindaba una gran versatilidad en el campo de batalla en cuanto a control de terreno se refería. ¿Qué mejor que un ninja con la capacidad de controlar arena estando en medio de un desierto para definir el dominio del terreno existente?. El material granulado y seco era rápido, fuerte, resistente y muy preciso. No fallaba casi nunca en su labor defensiva principal, mejor aún, bastante bueno era como arma de ataque para el ninja pelirrojo, que ya comenzaba a darle uso al realizar una rápida (lo máximo que su capacidad actual le permitía) cadena de sellos manuales para que, así, parte de su material árido empezara a cubrir sus pies, subiendo lentamente por sus piernas, llegando a sus muslos y continuando un permitido recorrido hasta el pecho del arenero, pasando por los brazos, cuello y finalmente el rostro (y con ello, toda la cabeza) del muchacho de ojos color turquesa. Su armadura de arena estaba lista, completa, adherida a su cuerpo, desapareciendo su obvia apariencia hasta volverse exactamente igual del color de cada parte de la humanidad del Sabaku para así convertirse en una segunda piel y vestimenta. Un recubrimiento invisible que le protegería de cualquier tipo de impacto, reduciendo la potencia dañina del mismo y a la vez asegurando que el bienestar de su maestro se mantuviera lo mejor posible.
Claro que, si no había enemigo qué enfrentar, de nada servía la armadura de arena. Sin embargo, mantenerla no sólo consumía chakra al usuario, sino que el mismo debía de encargarse de tener un buen control del mismo así como gran concentración para seguir manteniendo el duro recubrimiento en su lugar y a la vez realizar cualquier otra acción que desease. De eso se trataba entrenar, de crearse dificultades para superarlas sin el peligro que resultaba hacer aquello en pleno combate contra algún enemigo.
Sonrió ante la adversidad que posiblemente (y muy probablemente) se iba a tener que enfrentar en el dichoso evento ceremonial que se celebraría muy pronto y al que pensaba asistir no sólo para dar otro gran paso en su camino ninja, sino también para mostrar al mundo que él, un Sabaku cualquiera de Sunagakure, algún día sería un poderoso shinobi, de vital importancia para su nación. Quería dejar bien parada a su villa ante todas las demás aldeas, por eso deseaba estar a la máxima capacidad posible. Los muñecos de práctica que yacían a su alrededor serían entonces sus enemigos de turno. inmóviles ante el arenero, los oponentes de madera le "miraban" tranquilamente a la espera de que el shinobi de cabello color rojo ladrillo hiciera su primer movimiento, uno que no sería otro más que la realización de más sellos manuales, que desencadenarían la creación y el posterior lanzamiento de unas pocas Shurikens hechas completamente de arena desde su cuerpo, menos filosas que las comunes estrellas ninja hechas de acero, pero cuya potencia originada en su fuerza centrífuga, les volvía una verdadera arma de cuidado y precaución. Disparadas hacia el frente, el primero de los cuatro enemigos lignarios sufría un mortal golpe en el pecho, dejando las marcas hundidas de los proyectiles ahora clavados en el lugar.
El rápido control ejercido por el muchacho en su material atacante, defensivo y suplementario, le permitió rodear a un segundo enemigo arbóreo con los mismos granos finos del terreno, para terminar aprisionándolo, cerrando su puño derecho y apuntando dicha mano en dirección del, ahora, flotante bulto de arena, prisión en la cual se hallaba su objetivo.
- Ataúd de atadura de arena - Por alguna razón que no se explicaba bien, le gustaba esa técnica por sobre todas las que poseía en su repertorio. Quizás porque representaba perfectamente lo que el furioso desierto le podía hacer a todo aquel osado e imprudente aventurero que se atreviese a intentar cruzar sus infernales parajes sin tomar precauciones para ello. O tal vez porque dentro de él se hallase una personalidad sádica y malvada...
Río por lo bajo y negó con la cabeza, desechando ese último pensamiento al instante. Él no era alguien malvado, no se consideraba así. ¿O si?
Realmente, saber si era alguien bueno o malvado no dependería de él, sino de las acciones que tomara a futuro y de allí en adelante, sus acciones no serían únicamente para lograr seguir evolucionando, sino para conseguir que su amada nación brillase como lo hacía diariamente, ante el hermoso resplandor del astro rey.
- Que venga el siguiente... - Diría entonces fijando su nuevo objetivo y lanzando su arena para continuar su práctica una que lejos de terminar pronto, apenas estaba empezando...
[...]
El cuarto muñeco de madera sufría un inexistente dolor generado por una perforante esfera de viento que tan rápido como fue despedida de la mano del arenero, le atravesó el pecho arbóreo al enemigo inanimado dando con ello por terminada la primera sesión de entrenamiento de esa mañana con una rara sonrisa de satisfacción en la cara del inexpresivo pelirrojo.
Quizás el Sabaku, muy en el fondo, sí era algo malvado...